Corazones traspasados

"Mirarán al que atravesaron"

En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» (Jn 19, 31-37)


Hoy celebramos el día del Corazón de Jesús. Mañana, el del Corazón de María. Pero, paraos un momento. Ahí, en la cruz, en ese monte, está Jesús muerto, a su lado dos ladrones también muertos con las piernas quebradas. Él, Jesús, tiene el costado traspasado, abierto, de su brecha ha brotado sangre y agua; a sus pies María su madre, Juan, y otras santas mujeres. María, también traspasada de dolor, pero entera por la fortaleza que da la fe, consuela y acoge con sus brazos de madre a Juan, el amigo inquebrantable de Jesús y a las demás mujeres. ¿Qué une a María y a Jesús en este momento único en la historia de la humanidad? Les une el amor incondicional por el ser humano. De esa herida abierta de Jesucristo nos beneficiamos todos. Los hombres y mujeres pasados, los presentes y los futuros. En esa agua salida del costado de Cristo Jesús todos nos hemos regenerado, todos hemos vuelto a la vida, todos somos a partir de entonces, y por nuestro bautismo, hombres nuevos. Criaturas nuevas. Hijos –en Cristo Jesús- del Dios vivo. Él nos ha dado a probar su misericordia. Nos ha dicho: Ven, comprueba que es verdad, que te quiero hasta el extremo de dar mi vida por ti. Entra en mi costado y conoce el Amor que mi Padre te tiene. Mira cómo te ama. Entra en las aguas de este amor; deja ahí tus miserias y sal fortalecido en la fe, en la esperanza, en la entrega. Y bebe, toma de esta sangre derramada por ti, blinda las puertas de tu corazón con esta sangre del cordero degollado, haz de tu cuerpo y de tu espíritu un lugar santo donde yo, Jesús, pueda morar.
 
María, por su parte, participa también de esta experiencia de entrega hasta el límite. Ella, con el corazón traspasado de dolor (“una espada atravesará tu alma”, le profetizó el anciano Simeón) da un paso más, ve más allá de su hijo muerto. Jesús le dijo mostrándole a Juan: “He aquí a tu hijo”, y ella, María, desde ese momento, acogió en Juan a todos sus hijos repartidos por toda la tierra. María acoge desde ese momento y para siempre, en su corazón de madre, a todos los que vagamos por el mundo, a aquellas personas inquietas que no saben por qué les pasa lo que les pasa, a los que buscan, a los que preguntan, a los que están dañados, malheridos, muertos… Ella nos cubre bajo su manto y con la sencillez de una madre, presenta al hijo nuestras inquietudes, nuestros miedos, eso que nos hace perder la paz. María, con su corazón traspasado de amor, nos acerca al hijo amado.

Corazón de Jesús, corazón de María, en vuestro amor confío.
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