Microrrelato: Reconciliada
Imagen generada por IA.
Cuando entré en aquella casa se me heló la sangre. Miraba a mi alrededor y cada cosa polvorienta y ajada me recordaba su presencia, la de aquella mujer fatigada y fatigosa que me enredó la vida. Sí, aquel museo era su viva imagen: La cama desecha, las flores marchitas, el agua podrida en el vaso sucio. Acababa de morir pero su impronta seguía allí. Demasiados recuerdos para tan parca herencia. Nunca agradeceré bastante el haber salido de allí. Aún hoy lucho por apartar esos pensamientos tortuosos que ella me infligía día sí y día también.¡Levántate! ¡Salta! ¡Espígate! ¿No quieres triunfar? ¡Mueve
ese cuerpo atrofiado que tienes! ¡Otra vez! ¡Escucha la música! ¡Vamos!
Todavía hoy
al levantarme y poner un pie en el suelo lo hago con delicadeza, casi al vuelo,
como ella me enseñó a andar, casi deslizándome por las baldosas inmaculadas de
mi casa. Plié… Relevé… Jeté… Rond de jambe. Plié… Relevé… Jeté… Rond de jambe. Machaconamente
estos pasos pisotean mi cerebro. Una y otra vez. Ahora el 32 fouettés en
tournant, gira, sigue girando, rápido, levanta bien la pierna. Otra vez.
Martillea, pisotea, escupe los pliés, relevés y jetés… Llegó un punto en que perdí la noción de persona. Era una
máquina, correctamente engrasada para realizar el salto perfecto y el giro
descabelladamente imposible. Me recuerdo como un cuerpo bello en un alma
muerta.
-Hija,
vámonos ya a casa. No te fustigues más.
-Voy mamá.
Sólo un momento. Me estoy reconciliando con mi historia, y eso necesita tiempo.
Y clamé a lo
alto. Y Él me respondió en forma de caída estúpida, tonta. Un traspiés con
consecuencias previsiblemente desastrosas que, sin embargo, me devolvió la
condición de ser vivo. Ser humano vivo, algo que había perdido en el camino. ¿Será posible que de un acontecimiento
funesto pueda salir algo bueno? No lo entiendo,
nunca lo entenderé. Pero así fue.
-Masha,
vamos, el coche nos espera. Hija, cierra la puerta y ven.
Ya voy mamá.
Déjame escuchar por última vez la gramola. Deja que suene, como un silbido,
como el estruendo agotado de un trueno
vacío. Déjala que suene como marcha fúnebre interminable.
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