Juan, el "pastelero" de Chamberí



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Me acabo de enterar de que me han dado el tercer premio de Relato Corto de la Junta Municipal de Chamberí 2024. La verdad es que me ha hecho mucha ilusión, además, algo de dinerillo extra nunca viene mal. Había que hablar sobre Chamberí y sus gentes, costumbres, etc. y se me ocurrió contar la historia de mi vecino Juan, una historia real que en su momento me conmovió mucho, porque vi en ella la acción de mi Padre Dios, siempre está atento a sus hijos. Dejo a continuación el artículo por si queréis leerlo.


Era jueves santo. Todas las tiendas estaban cerradas. En casa, la nevera tiritando. Ni una mísera magdalena que llevarte a la boca. No sé qué había ocurrido, pero lo cierto es que quizás por no prever lo suficiente, quizás también porque estábamos casi a fin de mes, me encontré en la hora de la merienda con seis niños y nada, nada que darles. Por un momento me angustié. ¿Y ahora qué hago? Mientras me debatía en estas consideraciones yo seguía trabajando, recogiendo juguetes, arreglando ropa… De repente, llamaron a la puerta. Abrí. Era un vecino con una bolsa grande en la mano. Le había visto muchas veces entrando y saliendo del poblado del Parque Móvil pero nunca habíamos cruzado más de un “hola, qué tal”. Un inciso, nosotros vivimos en Chamberí, un barrio acogedor donde los haya, sin embargo, hasta que me pasó lo que sigue, no me había percatado de la calidez (y calidad) de la gente de aquí.

-Hola, mire, soy el vecino del segundo. Les he hecho un bizcocho a los niños, para que merienden… Dijo mientras me lo entregaba. Era un señor bajito, canoso, delgado, con gafas, con un brillo de niño travieso en los ojos; ya entrado en años.


Yo le di las gracias, varias veces. Me invadió una alegría enorme. Me acordé de las palabras de Chesterton, cuando decía que muchas veces llamamos casualidad a lo que es un milagro. Para mí, aquello fue un acontecimiento extraordinario, algo inesperado que me caldeó el corazón. .
Desde entonces, muchas veces lo encontraba en el portal de casa y me decía: “Voy a ayudar a mi hija, que vive aquí cerca, y después voy a llevarle unas flores a mi mujer, al cementerio”. Y murió mi vecino Juan. Fueron cinco años de bizcochos y cordialidad. Los niños le querían mucho. Rezaron por él, cada uno a su manera. A veces, me imagino a mi amigo hablando con su hacedor:

-Juan, ¿has amado bien?

-Señor, solo he hecho bizcochos.

-Juan, pero cuánto amor has puesto en ellos… Entra, pues, en tu Casa y mira, allí está tu mujer, en aquel prado interminable de flores.

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