¿Cuántas personas se necesitan para cambiar el mundo? Una, tú

parábola del sembradorAquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
-«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y lo ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una ciento; otra sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos que oiga». (Mateo 13, 1-9)
¿Cómo es la tierra, tu tierra (tú mismo, tu persona) donde el Señor quiere sembrar hoy? Muchas veces somos duros de corazón, incapaces de abajarnos, de pedir perdón. Damos vueltas y más vueltas, razonamos, nos justificamos, todo, menos reconocer que nos hemos equivocado. Nos cuesta tanto pedir perdón de corazón. Sin embargo, dice Jesús: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz, entraremos y cenaremos con él, y haremos morada en él" (Apocalipsis, 3, 20). ¿Qué quiere decir esto, "haremos morada en él"? Que el Padre, el Hijo, y el Espíritu morarán en aquel que les reciba con corazón contrito y humillado. En ese habitará el Dios de la vida, el que cambia los corazones. Haciendo un paréntesis, comento: hay un anuncio en el Metro de Madrid, que me llama la atención cuando lo veo, ahora, todos los días; dice: "¿Cuántas personas hacen falta para cambiar el mundo? Una. Tú". Pues probémoslo, a ver si es verdad. Por uno solo que se convierte, se hace una gran fiesta en el cielo. Pues vamos a ello, con la ayuda de Dios. El mundo cambia, si yo cambio.
Para ello es de suma importancia que la tierra esté abonada, dispuesta a recibir el Amor de Dios. Haz algo hoy, quita los rastrojos, echa fuera las malas hierbas, nutre tu alma con la Palabra y reconcíliate con Dios y con aquellas personas a las que has hecho algún mal. Una vez preparada la tierra, por pura gracia de Dios todo es fácil. El Señor da en abundancia a la persona que desea recibirle. Entonces vendrán los frutos, no por nuestro mérito, sino porque Él habita en nosotros y  hace su obra con prontitud. Unos ciento, otros sesenta, otros treinta, según la apertura de corazón. Ánimo, que Él está  a la puerta, y quiere entrar.
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