¿Cómo evangelizo?
Hace unos días se ha celebrado en Madrid la 18 Jornada del Apostolado
Seglar, y ante este acontecimiento cabe reflexionar sobre cómo entregamos a
nuestros contemporáneos aquello que hemos recibido: la fe.
Antes
del Concilio Vaticano II parece que la transmisión de la fe quedaba
circunscrita al campo del clero: religiosos y obispos eran los que tenían que
“comunicar” en primera persona el mensaje evangélico. Después del concilio esta
forma de entender la evangelización ha quedado obsoleta. Entendemos ahora
meridianamente claro que por el bautismo, todos los cristianos estamos llamados
a evangelizar. A dar gratis aquello que hemos recibido gratis. Ya dice la
Constitución Lumen Gentium * que el pueblo de Dios –y cada cristiano en particular-
es partícipe del sacerdocio, la profecía y la realeza de Cristo Jesús. Es
decir, cada uno de nosotros, por nuestro bautismo, fuimos ungidos como
sacerdotes, profetas y reyes. Casi nada.
Sacerdotes, profetas y
reyes. Esta
unción del Espíritu nos habilita para mediar entre Dios y el resto de la
humanidad (sacerdocio), para anunciar el evangelio y leer los acontecimientos
que nos rodean a la luz de la Palabra de Dios (profeta) y para ser Señor de
nuestra vida, libres, con poder para dominar todo aquello que nos aparta de
Dios. Nuestra realeza viene igualmente unida al don del servicio, Cristo Jesús
es un rey que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida
por el otro. Nosotros igual. Esa es nuestra misión, la misión de cada
cristiano. Y esta es la verdadera revolución pendiente. Todavía los cristianos
necesitamos hacer carne en nuestra realidad cotidiana esta unción como
profetas, sacerdotes y reyes. Si esto llega a ser una evidencia palpable,
entonces, sin duda, nuestra realidad social, política, económica, familiar,
quedará visiblemente transformada, para bien. De alguna forma es la misma idea
que repite hasta la saciedad el Papa Francisco, los cristianos hemos de estar “en
salida”, dispuestos a dar la batalla en nuestra cotidianeidad. Esto es ser
coherente con el evangelio, lo demás son milongas. La enfermera, sanando las
heridas, confortando, entregando lo mejor de sí misma por su paciente, el
maestro, abriendo mentes al conocimiento de la verdad, con paciencia y tesón, la
directora de banco, realizando bien su trabajo con espíritu de justicia, sin
perder el ánimo… cada uno en su lugar, ejerciendo la humildad y la caridad para
con el otro.
Todavía los cristianos necesitamos hacer carne en nuestra realidad cotidiana esta unción como profetas, sacerdotes y reyes
Sociedad posmoderna. Pero ¿Cuál es la
sociedad posmoderna que los cristianos hemos de salar? Pues una sociedad
europea, rendida al dinero y al bienestar, con unas inquietudes morales
mínimas, donde prácticamente todo es relativo –todo depende del color con que
se mire-, que se conforma con poco, o casi nada: vivir bien, llegar a fin de
mes sin agobios, tener un buen coche, una buena casa, un viaje de vez en
cuando, un perro, un hijo o ninguno, y ya. -Quiero hacer un inciso, estoy
mostrando una realidad que cada vez se hace más evidente en Europa, lo cual no
quita para que haya otras formas de vivir, a Dios gracias, que chocan con lo
que aquí estoy exponiendo-. Prosigo: Por supuesto, los jóvenes europeos contraen
matrimonio cada vez menos, no adquieren compromisos de por vida con nadie, y se
atisba una masa, in crescendo, de personas solas. De hecho recientemente se ha
creado en Gran Bretaña un ministerio nuevo, el de la Soledad, que se encargará
de buscar soluciones para los nueve millones de británicos que viven solos. La
soledad es un asunto muy delicado, si escudriñamos un poco, quizás encontremos que
un porcentaje alto de casos está íntimamente relacionado con el egoísmo, mío o
de los otros.
Solo conociendo de qué nos ha liberado el Señor, podremos ayudar a estas personas a dejar atrás sus ataduras
El
cielo cerrado. El
panorama es cuanto menos, inquietante. A veces da la impresión de que estamos
rodeados de zombis, muertos en vida, que nacen, caminan, comen, trabajan,
luchan, se desesperan y mueren. Lamentablemente muchas personas hoy día viven
así, con el cielo cerrado, no ven más
allá de su trabajo y sus ocupaciones diarias –tampoco quieren ver más allá-, y
este es el problema. Por supuesto, Dios –para esta mayoría- no interesa, no es
“útil”, no aporta nada a su realidad cotidiana. Si pisan
una iglesia alguna vez, para asistir a alguna comunión o algún funeral, lo hacen
como mero trámite, el sentido trascendente de la celebración queda fuera de su
perspectiva. En realidad, el hombre/mujer
europeo se ha autoconvertido en un semidios, que cree tener dominio sobre todas
las cosas, plenamente imbuido de la ciencia y de la tecnologia solo pisa tierra
cuando se topa con la enfermedad y la muerte. Es entonces, cuando se siente
impotente y vuelve la mirada al cielo. Tendrá que ahogarse en acontecimientos que le superan, para iniciar
la búsqueda del sentido verdadero de su vida, eso que no entiende será la
ocasión propicia para que busque salir del absurdo de una existencia vacía. Y
Dios seguirá estando ahí, y los cristianos seguiremos estando ahí, en este
hospital de campaña que se ha convertido nuestro entorno.
El hombre/mujer europeo se ha autoconvertido en un semidios que cree tener dominio sobre todas las cosas, plenamente imbuido de la ciencia y de la tecnologia solo pisa tierra cuando se topa con la enfermedad y la muerte
Algunas
claves. Pero,
ánimo. Dios ha vencido a la muerte. Hay esperanza. El hombre posmoderno
necesita escuchar que Dios apuesta por él, que no todo está perdido. Somos tan
queridos, que Dios mismo se ha abajado hasta la condición humana, para
restituir lo que estaba caído. El hombre y mujer europeos necesitan conocer
este kerigma, esta buena noticia, pero para ello los “anunciadores” debemos
haber hecho, anteriormente, una labor de conocimiento de uno mismo, de
intimidad con el Amado, de escrutinio de la propia historia personal… solo
conociendo de qué nos ha liberado el Señor, podremos ayudar a estas personas a
dejar atrás sus ataduras. Por supuesto, hay que llenarse del amor de Dios, hay
que beber de la fuente de la vida: Oración, Eucaristía y Palabra son pilares fundamentales
para todo cristiano. Y el acercamiento a la persona que sufre ha de ser desde
la humildad, “considerando a los demás como superiores a ti”, decía san Pablo.
No somos mejores. Dios ha tenido mucha misericordia con cada uno de nosotros. Habremos
de pedir el Espíritu santo, y dejar que Él actúe a través de nosotros. Y una
cosa más: Ser fieles a la Palabra dada, a lo que se nos ha confiado; no cabe
manosear la Palabra de Dios. Al final, podremos decir junto con los discípulos:
“Siervos indignos somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. La gloria es
suya.
Victoria Luque.
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