La perla escondida
Qué decir sobre estas experiencias, sobre estas personas que
han volcado en estas páginas su hálito de vida... No tengo palabras. Hay una
cosa que es común a todas ellas, han seguido a una Persona, no una argumentación
doctrinal, no unas leyes escritas en piedra, primero se han encontrado con el
Señor de la Vida, después ya vendrán las verdades de fe. Pero lo primero, es lo
primero.
Verdaderamente estas personas son unas privilegiadas, no
porque sean mejores –que no lo son, son como todos los mortales—sino porque
Alguien las ha mirado, se ha fijado en su necesidad y las ha sacudido, quiero
decir, las ha zarandeado. Ha puesto su vida patas arriba y las ha colocado de
nuevo en el lugar que les corresponde: Hijas de Dios y herederas del cielo.
Esta es su dignidad, la de estas personas, pero también la de todos
nosotros.
Por otro lado, creo sinceramente que el Señor no se
manifiesta sólo a unos cuantos privilegiados, creo que esto que he recogido en
este libro no es un caso raro, creo
que la Iglesia está plagada de casos como éstos, testimonios fuertes de vida,
encuentros profundos que hacen que todo cobre un sentido nuevo, personas
felices aún en medio de precariedades y sufrimientos, a veces muy duros. ¿Qué
pasa entonces? ¿Por qué estas vivencias de Dios permanecen en lo oculto?
Sencillamente por pudor. Por pudor, callan. Sencillamente, nadie les ha
preguntado, sencillamente nadie les ha puesto una grabadora delante y les ha
pedido que den gloria a Dios. Reconozco, por lo demás, que es harto complicado
poner en letra lo sagrado. La experiencia de Dios muchas veces se diluye entre
los dedos… es difícil ---y no todas las personas tienen esa gracia--- encontrar
palabras para estas vivencias tan íntimas.
Y Él es el que elige. Nadie se da la fe a sí mismo. La fe es
un don de Dios, un regalo, y como regalo puede ser rechazado. Estas personas
con las que he hablado decidieron libremente atender esa inquietud que nacía en
su alma, pero no todas obran así. Jesús es un caballero extremadamente discreto
y no fuerza la voluntad de nadie. Te pueden suceder cosas incomprensibles a
todas luces, puedes estar a tiro,
puedes dejarte querer, pero tú tienes la última palabra, el Señor no va a
violentar tu voluntad. Mira al joven rico de la Escritura (Mc10, 17-27), le
pregunta a Jesús: “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Cumple
los mandamientos, le dice Jesús, a lo que responde el joven: “Eso lo hago desde
niño”. Y dice el Evangelio que Jesús lo miró con amor. Y a continuación, le pide
algo más: “Vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el
cielo. Luego, sígueme”. Y ante esta nueva propuesta, el joven se alejó
cabizbajo, porque “tenía muchos bienes”. El Señor es el que llama, nosotros
somos los que tenemos la última palabra.
Decía Chesterton que hasta el límite donde perdemos la
creencia, perdemos la razón. Y es cierto, Dios abre al hombre a una nueva
dimensión; con Dios el mundo, nuestro entorno, se vuelve “razonable” o razonado,
se empapa de su verdadero sentido. Sin Dios, todo carece de savia, de entramado
vital.
Y un último apunte, qué importante es la transmisión de la fe
a los hijos, ese poso queda ahí, ese conocimiento de Dios, aunque sea infantil,
tiene su valor; en un momento determinado de la historia personal puede
facilitar el paso al verdadero conocimiento de la Verdad. Y ya sabes, querido
lector, que la Verdad es la que nos hace libres.
Post relacionados:¿Cómo evangelizo?
Os dejo el enlace a la página web:
Comentarios
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario, nos enriquece a todos