La perla escondida


Tengo una buena noticia. Acaba de publicarse en la editorial Bendita María, mi nuevo libro La perla escondida. Son siete historias reales, en las que ha actuado fuertemente el Señor. Le doy gracias por haber podido escribirlo, a mí me ha hecho mucho bien, espero que quien lo lea también pueda sentirse agradecido, porque estas experiencias vitales nos ayudan a todos, creyentes y no creyentes, pero a nosotros los cristianos, además, nos reafirman en la fe.


Qué decir sobre estas experiencias, sobre estas personas que han volcado en estas páginas su hálito de vida... No tengo palabras. Hay una cosa que es común a todas ellas, han seguido a una Persona, no una argumentación doctrinal, no unas leyes escritas en piedra, primero se han encontrado con el Señor de la Vida, después ya vendrán las verdades de fe. Pero lo primero, es lo primero.

Verdaderamente estas personas son unas privilegiadas, no porque sean mejores –que no lo son, son como todos los mortales—sino porque Alguien las ha mirado, se ha fijado en su necesidad y las ha sacudido, quiero decir, las ha zarandeado. Ha puesto su vida patas arriba y las ha colocado de nuevo en el lugar que les corresponde: Hijas de Dios y herederas del cielo. Esta es su dignidad, la de estas personas, pero también la de todos nosotros. 

Por otro lado, creo sinceramente que el Señor no se manifiesta sólo a unos cuantos privilegiados, creo que esto que he recogido en este libro no es un caso raro, creo que la Iglesia está plagada de casos como éstos, testimonios fuertes de vida, encuentros profundos que hacen que todo cobre un sentido nuevo, personas felices aún en medio de precariedades y sufrimientos, a veces muy duros. ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué estas vivencias de Dios permanecen en lo oculto? Sencillamente por pudor. Por pudor, callan. Sencillamente, nadie les ha preguntado, sencillamente nadie les ha puesto una grabadora delante y les ha pedido que den gloria a Dios. Reconozco, por lo demás, que es harto complicado poner en letra lo sagrado. La experiencia de Dios muchas veces se diluye entre los dedos… es difícil ---y no todas las personas tienen esa gracia--- encontrar palabras para estas vivencias tan íntimas.

Y Él es el que elige. Nadie se da la fe a sí mismo. La fe es un don de Dios, un regalo, y como regalo puede ser rechazado. Estas personas con las que he hablado decidieron libremente atender esa inquietud que nacía en su alma, pero no todas obran así. Jesús es un caballero extremadamente discreto y no fuerza la voluntad de nadie. Te pueden suceder cosas incomprensibles a todas luces, puedes estar a tiro, puedes dejarte querer, pero tú tienes la última palabra, el Señor no va a violentar tu voluntad. Mira al joven rico de la Escritura (Mc10, 17-27), le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Cumple los mandamientos, le dice Jesús, a lo que responde el joven: “Eso lo hago desde niño”. Y dice el Evangelio que Jesús lo miró con amor. Y a continuación, le pide algo más: “Vende tus bienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, sígueme”. Y ante esta nueva propuesta, el joven se alejó cabizbajo, porque “tenía muchos bienes”. El Señor es el que llama, nosotros somos los que tenemos la última palabra.

Decía Chesterton que hasta el límite donde perdemos la creencia, perdemos la razón. Y es cierto, Dios abre al hombre a una nueva dimensión; con Dios el mundo, nuestro entorno, se vuelve “razonable” o razonado, se empapa de su verdadero sentido. Sin Dios, todo carece de savia, de entramado vital.

Y un último apunte, qué importante es la transmisión de la fe a los hijos, ese poso queda ahí, ese conocimiento de Dios, aunque sea infantil, tiene su valor; en un momento determinado de la historia personal puede facilitar el paso al verdadero conocimiento de la Verdad. Y ya sabes, querido lector, que la Verdad es la que nos hace libres.

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