Alejandro Rodríguez y Águeda Rey -enferma de ELA- “El matrimonio cristiano tiene la misión de mostrar al mundo cómo ama Dios”




Son unos privilegiados. Unos afortunados, unos mimados de Dios, llamadlo como queráis. Esa es la realidad. Creo sinceramente que Alejandro Rodríguez y Águeda Rey provocan “envidia sana” en las personas con las que se relacionan porque tienen algo que muchos anhelan. Ya lo de menos es que ella tenga ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica, desde hace 11 años. O que necesite un respirador o una silla de ruedas, o que sea dependiente completamente de su marido, todo eso queda en un segundo plano cuando observas el amor desbordante que se profesan el uno al otro.










“Todavía puedo masticar y tragar, aunque tengo que estar muy concentrada y no despistarme porque me puedo atragantar” comenta Águeda, mientras su marido le quita el respirador y se dispone a darle un pequeño tentempié de media mañana. Alejandro y Águeda llevan casados 26 años, tienen 3 hijos: Miguel, Gabriel y Alejandra, de 25, 21 y 17 años respectivamente, y una vida volcada en dar a conocer el amor de Dios.



Remontémonos al principio de la enfermedad de Águeda. ¿Cómo os enterasteis? ¿Qué supuso para vosotros? ¿Cómo lo afrontasteis?

En 2010 empecé a perder la fuerza de la mano derecha, fui a distintos médicos, y después de múltiples pruebas me diagnosticaron ELA. Para mí supuso un choque muy fuerte, yo sabía cómo era la ELA por unos conocidos que lo padecían, sabía que la evolución era rápida y la enfermedad mortal. Estuve muy digna, muy tranquila, en la consulta, y recuerdo -lo digo porque me parece curioso- que la neuróloga me dijo: “Arregla todos tus asuntos, porque te vas a morir”. Esto se me quedó grabado. Al salir de la consulta me derrumbé, fue como tomar conciencia de que me estaba muriendo. Me abracé a Alejandro, y llorando le dije: ¿Te das cuenta? Me estoy muriendo. Él me decía: No lo sabemos… quién sabe lo que va a pasar.

Ahora somos un matrimonio muy unido, con mucho amor, pero no siempre ha sido así. Hemos tenido nuestros problemas, nuestros pecados, perdones y reconciliaciones. Y a partir de esos problemas, pensamientos de separación y muchas otras cosas que no me gusta contar, yo llegué, antes de saber que tenía ELA, a un momento muy fuerte de desesperación, de tristeza, en el que le pedí ayuda a Dios, y le dije que arreglara mi matrimonio. Tuve una experiencia fortuita en una iglesia, en la que entré sin querer, y allí yo creo que Dios me habló, no es que le oyera, pero me hizo tomar conciencia de que Él había muerto por mí. Era algo que ya sabía, pero en ese momento bajó de la cabeza al corazón. Esa frase tan sencilla me cambió la vida realmente. A partir de ahí, me fui acercando poco a poco a Dios. Y en un momento dado surge la enfermedad, cuando yo estaba ya en ese proceso de acercamiento.

Alejandro: Como trabajábamos juntos, la veía llorar de repente, y eso me angustiaba. Desde luego, la procesión se lleva por dentro, pero conforme pasaba el tiempo yo veía que Águeda cada vez se abrazaba más a la cruz. Yo toda mi vida he estado muy alejado del Señor, y todo esto de su acercamiento a Dios lo vivía con perplejidad; pero me daba cuenta de que ella sentía alivio, mucha paz, e incluso más adelante tuve cierta envidia. Yo la apoyaba en todo esto, claro. Recuerdo que en casa empezaron a entrar estampitas, imágenes de la Virgen, figuritas, rosarios, apareció la Biblia que hasta entonces yo no sabía ni dónde estaba… Era sorprendente.

-Y continúa Águeda-: Yo necesitaba con ansia la confesión, la dirección espiritual, la formación, y la parroquia de la Visitación era el paraíso para mí. Recibía mucha paz, realmente. Pero al principio de la enfermedad pasé unos meses muy malos. Tenía miedos por la noche; mucho ataque del demonio, claramente. Cuando supe que me iba a morir, pensé: “Me voy al infierno”. Yo no estaba preparada para irme en paz al cielo. Recuerdo que en esos días tuve un desmayo y una visión, vi que me caía en una tumba y que en esa tumba había personas que tiraban de mí; me dio mucho miedo. Duró unos segundos, cuando me repuse del desmayo le pedí una cosa a Dios, le dije: “Dame tiempo para reconciliarme contigo y con todos”. Entonces fue cuando el Señor paró la enfermedad durante cinco años en el brazo derecho. Es decir, yo sabía que tenía ELA, mi mano no funcionaba, pero la ELA estaba sólo en la mano, no avanzó hacia ninguna otra parte del cuerpo. Y esto no es que sea raro, es que sencillamente no ocurre nunca. La ELA es una enfermedad neurodegenerativa progresiva que te lleva a la muerte.








Águeda: Le pedí una cosa a Dios, le dije: “Dame tiempo para reconciliarme contigo y con todos”. Entonces fue cuando el Señor paró la enfermedad durante cinco años en el brazo derecho





¿Tu conversión ha sido a raíz de la enfermedad de ella?

Alejandro: Sí, claro. A raíz de sus oraciones.

Águeda: En un momento dado, pensé, estoy caminando por una senda que me da paz, esperanza; estoy deseando vivir esta lucha, esta carrera que me plantea Dios o la vida, pero ¿Y mi esposo? ¿Cómo lo va a vivir él, si no tiene fe? Me angustiaba pensar que se derrumbara, que no lo entendiera, incluso me angustiaba egoístamente que pudiera tener una lucha consigo mismo por mi punto de vista esperanzador de todo esto. Entonces me propuse, casi de forma infantil, rezar casi en exclusiva por Alejandro y su conversión. Y Dios, como nos quiere de esa forma tan especial, nos lo concedió.

Alejandro:
Desde mi conversión he tenido millones de regalos de parte de Dios, pero hay uno que me consuela especialmente… Yo tengo 3 vocaciones: La de hijo de Dios, la de esposo de Águeda y la de padre de familia, pero además, yo creo que Dios a cada uno nos da una misión, y yo la recibí muy gráficamente leyendo, sin haberlo buscado, la V Estación del Vía Crucis, después de una confesión -tras 40 años sin haber confesado-.

Cuando leí que Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz a Cristo, sentí que Dios me estaba pidiendo que fuera su Simón. La cruz la había abrazado Águeda, ella había dicho “Sí, hágase”, pero necesitaba un Simón, alguien que la ayudase a llevarla. Curiosamente, mi nombre de pila es Alejandro Simón. Desde entonces digo que yo no soy el cuidador de Águeda, sino su Simón. Yo cuando la lavo, o la peino, o la doy de comer, la estoy amando. Pero fíjate que un regalo adicional, aparte de recibir esta misión, es realmente sentir esta misión. Y cuando yo tengo que coger a Águeda 30 veces al día y pesa 54 kilos, y me duelen los brazos y tengo moratones, y con la cama a veces me sangran las rodillas, siento verdaderamente que estoy, igual que Simón, ayudándola a llevar la cruz.

Claro, llegó un momento en que dije: “Jesús, a ver si no voy a poder llevar con ella esta cruz”, y entonces me vino este pensamiento: “Es que la cruz hay que abrazarla”. Es decir, Señor, me has dado la gracia de darme cuenta de que la cruz pesa, hace daño, duele, pero abrazándola es como puedo llevarla.





¿Qué sentido tiene la cruz, entonces, para vosotros?

Águeda: Yo le veo mucho sentido, mucho. Primero, yo veo que la cruz de Cristo es la mayor prueba de amor, de entrega, que puede existir, y ya por eso la cruz tiene sentido. Además, yo creo que la vida es un don de Dios, estamos vivos porque Él quiere que lo estemos, y si no quisiera, no lo estaríamos. Y un don, sabemos que no es lo mismo que un regalo, un regalo se da para que tú lo uses como quieras, por ejemplo, yo te regalo un pañuelo, y tú te lo pones, o lo guardas en un armario o se lo regalas a tu hija, pero un don es distinto… Cuando yo le hago un donativo a Cáritas, no lo doy para que el señor de Cáritas se lo gaste en cervezas, se lo doy para que haga algo con ello, que dé un fruto. Entonces, si mi vida es un don, Dios me la da para que haya un fruto. Y en estas circunstancias de la enfermedad, sigue siendo un don. Yo al acoger esta cruz, digo más, al elegir esta cruz, lo hago como un don. ¿Y cómo veo yo estos frutos? Pues veo –y esto es por misericordia de Dios- que mi manera de vivir esta enfermedad, esta cruz, con esperanza, con alegría, con ilusión, hace que que otras personas transformen sus vidas. Y es que sólo eso ya le da sentido. Es decir, si este sufrimiento provoca que otros se acerquen a Dios, ya tiene sentido. Con que sólo se acercara uno, tendría sentido, pero es que lo hacen muchos.

¿Qué significa para ti, que “eliges” la cruz?

Aceptar la cruz está muy bien, y es lo que hace la mayoría, pero elegir la cruz es lo que hizo María, o el mismo Cristo. ”Padre, si es posible aparta de mí este cáliz pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Él elige voluntariamente abrazar esa cruz, aunque le vino impuesta por los acontecimientos… Mi enfermedad a mí me ha venido impuesta, pero una vez que te ha sido impuesta puedes decidir abrazarla, no sólo aceptarla sino abrazarla, lo cual va más allá de la mera resignación. Implica colaborar con Dios para sacar todo lo bueno que se pueda sacar de esta cruz. Y eso es lo que me he propuesto hacer, elijo este camino, es decir, le digo a Dios “hágase, hágase esto tan difícil; venga, cuenta conmigo”.

Alejandro: Lo que más valoro de Águeda es su fortaleza, su esperanza, y el amor que le viene de Dios; como le rebosa, a mí me llega








¿Qué habéis aprendido el uno del otro en este tiempo de enfermedad? ¿Os habéis vuelto a reencontrar de otra manera, distinta a la de antes de la enfermedad?

Águeda: Claramente. Yo creo que antes éramos un mal matrimonio, porque no contábamos con Dios. Éramos muy mal ejemplo. Y gracias a la ELA, y gracias a Dios que es el que lo hace todo, ahora somos un matrimonio que se ama, que se ha reencontrado, que se ha vuelto a conocer, que se ha vuelto a enamorar, todo eso en estas circunstancias. Y todo por abrirle la puerta a Dios… tú le abres la puerta a Dios ¡Y te monta una que es una gozada!

¿Esta enfermedad os ha unido?

Alejandro:
Muchísimo. Tanto, que la abrazo… ¿Cuarenta veces al día?

Águeda: Me abraza mucho, pero no sólo es una unión física, de contacto, sino también una unión espiritual, de nuestras almas, lo compartimos todo, no solo momentos sino pensamientos, oración… Pero te digo más, realmente lo que Alejandro hace no es fácil, creo que es más difícil su papel que el mío, porque es entrega constante, Alejandro no se reserva ni un ratito para ir al gimnasio, que lo podría entender si así fuera, si dijera: me voy media hora a caminar; pero no lo hace, es que son 24 horas por siete días a la semana. De Alejandro valoro mucho su servicialidad, y lo sencillo y humilde que es.

Alejandro: Mi misión es complementaria de la suya. Es cuestión de acoger y entregar, si te ha tocado entregar, pues tienes que entregarlo todo.







He visto un reciente vídeo sobre vuestra familia en TV13, y he de deciros que reflejáis el amor y la unidad. Es lo que decía Cristo Jesús, para que el mundo crea habéis de dar signos de amor y unidad

Alejandro: Lo que se percibe en ese vídeo, sin nosotros proponérnoslo porque realmente lo vivimos así, es el amor de Dios. Nuestra familia es así, porque aquí está el amor de Dios. Porque tenemos a Dios en medio, eso es lo que hace grande a esta familia. No somos nosotros, no es nuestra voluntad, no es que nos queramos, no es la ELA, es que está el amor de Dios. Y eso es lo que se nota.

Lo que más valoro de Águeda es su fortaleza, su esperanza, y el amor que le viene de Dios, que como le rebosa, a mí me llega; eso es lo que más me gusta. Yo cuando me casé estaba “a por uvas”, no sabía realmente la profundidad del sacramento que había recibido. A raíz de participar en Proyecto Amor Conyugal, que está basado en las catequesis de san Juan Pablo II, hemos descubierto que el esposo y la esposa somos ministros del sacramento del matrimonio, y somos imagen de la Santísima Trinidad, del amor que hay entre el Padre y el Hijo más el Espíritu Santo que nos une. El matrimonio cristiano tiene la misión de mostrar al mundo cómo ama Dios. Lo normal sería dar al mundo esta imagen de comunión en el amor, el escándalo sería lo otro, que no se quieran, que no se entreguen, que no se acojan, que no se haga lo que uno promete en su boda.

Águeda: Para nosotros fue totalmente una novedad. También descubrimos que nuestra misión era ir juntos al cielo, yo no debía buscar mi propia felicidad sino la felicidad de mi esposo, y él la mía. Y aprendimos, yo creo que fue lo que más nos ayudó, a rezar juntos, y a través de esa oración pudimos compartir nuestros sentimientos, lo que no habíamos hecho en la vida, compartir nuestra intimidad, cosas de nuestra alma que nunca habíamos sabido comunicarnos, y sobre todo eso nos permitió conocernos el uno al otro mucho más profundamente y poder llegar a disculparnos con más facilidad. Y bueno, aprendimos también a perdonarnos con rapidez.

Yo siempre he sido muy impaciente, y lo que para mí antes era un defecto de Alejandro, por ejemplo, la lentitud o el ritmo con el que hace las cosas, ahora se está convirtiendo en una gran gracia para mí, pues me ayuda a ser paciente para poder observarle, contemplarle y disfrutar de cómo me dedica su tiempo, o de su delicadeza conmigo. Ahora vivo confiada absolutamente en mi esposo, el haberle entregado totalmente ese corazón y esa intimidad hace que también pueda confiar en él, en unas circunstancias en las que, claro, he puesto toda mi vida en sus manos.

Alejandro:
No somos nosotros, no es nuestra voluntad, no es que nos queramos, no es la ELA, es que está el amor de Dios. Y eso es lo que se nota.








Hablemos sobre vuestros hijos. ¿Ha sido bueno para ellos que hayáis pasado por esto?

Alejandro:
Sí, yo una cosa que he aprendido en este tiempo es que a los hijos no hay que darles más amor que el que reciban de las migajas que caen de la mesa del amor de los padres. Eso es más que suficiente. Ellos han ido viviendo cómo sus padres han ido superando sus dificultades, pero siempre amándose. Al principio, torpemente, con un amor más humano que divino, pero en cuanto entró Dios en nuestras vidas eso lo desbordó todo. Y ellos, que también han tenido su proceso de encuentro con Él, tienen ahora a Dios en su alma. Y afortunadamente viven todo con una sencillez, y una visión trascendente, que es una maravilla.

Águeda: Nuestros hijos, sin habérnoslo propuesto nosotros, son muy maduros porque se han enfrentado a un sufrimiento muy duro, y además, han visto el deterioro de su madre, han visto cada paso que yo he dado. Ellos están preparados para el sufrimiento, y para sacar cosas buenas de ese sufrimiento.





Hay alguna Palabra que os haya ayudado en este proceso de intimidad con el Señor?

Águeda: Durante mi efervescencia religiosa, en una ocasión me puse en oración y abrí la Biblia al azar, me salió el salmo 137-136, que dice: “Si no me acuerdo de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha”… “Si no te pongo en el centro de mis alegrías que se me pegue la lengua al paladar”. Para mí supuso un shock leer esto porque a mí se me paralizó la mano derecha cuando no tenía a Dios en mi vida; y lo viví como una profecía: no se me pegaría la lengua al paladar porque no me iba a volver a olvidar de Dios.

Y aquí sigo, después de 11 años de ELA, continúo hablando perfectamente. Esto es anecdótico; lo más fuerte ocurrió en otra ocasión, estaba un tanto perdida: ¿Qué me quieres decir, Señor? Abrí la Biblia y me salió Isaías 38, donde se cuenta la historia del rey Ezequías, descendiente del rey David. Va el profeta a ver a Ezequías y le dice: “Prepara tus cosas porque vas a morir”, al leer esto casi me desmayo porque era lo que me había dicho la doctora; no podía creérmelo, que en la Biblia pusiera lo mismo que me había dicho la doctora. Y el rey Ezequías llora amargamente y le pide tiempo, que es lo que yo le había pedido a Jesús, tiempo para reconciliarme con él y con las personas de mi vida. Entonces Dios concede 15 años a Ezequías, bueno, yo voy por 11 años, todavía me quedan al menos 4 años, aunque no tienen por qué ser 15. Y Ezequías se cura…

Pero es que, además, seguí leyendo y Ezequías escribe un poema en el que dice: “Detuviste mi alma ante la tumba vacía, le diste la espalda a mis pecados…” No lo sé de memoria entero, pero me recordó inmediatamente esa visión de la tumba en la que yo me caía y de la que -cuando le pedí tiempo a Dios- creo firmemente que me ha rescatado.

Autor: Victoria Luque.

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