No matarás

Caín y Abel


 Por circunstancias que ahora no vienen al caso, he tenido que profundizar en el V mandamiento de la Ley de Dios, sí, ese, "No matarás". Así, en un primer acercamiento parecería que el "no matarás" nos atañe poco o nada; nadie, en principio, se considera un asesino. Sin embargo, en cuanto empiezas a contemplar actitudes (las propias, muchas veces) te das cuenta de que todos estamos muy cerca de matar, de alguna u otra forma, al que tenemos al lado. Y digo más, si no somos asesinos confesos es porque Dios no ha permitido que pasemos por eso. Anda, déjaLe de lado y haz tu vida sin tenerLe presente para nada, es más que probable que acabes -acabemos- con las manos manchadas de sangre... ¿O qué piensas? ¿Que tú y yo somos mejores que cualquier padre parricida, o cualquier maltratador? No te equivoques, contamos con la gracia de Dios, eso es lo que nos "libra" de caer en el asesinato. ¿Te parece muy duro lo que digo? Piénsalo un poco y verás que tengo razón.

Cercados por la muerte


Hay una frase muy esclarecedora sobre este asunto en la Carta de Santiago: "Si alguno se cree religioso pero no pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo y su religión es vana". Ayer, sin ir más lejos, hice una prueba, iba en el coche con mi marido -tengo que decir que, por lo general, nos sobrellevamos bien, pero en el coche salen todos los demonios...- y empecé a contar las veces que interiormente le insultaba, le recriminaba, en definitiva, "me lo cargaba". Conté 10 veces en una hora. ¿Por qué somos así? Porque nuestra naturaleza está caída, estamos heridos por el pecado. De hecho, nacemos con esta herida de muerte.  Es lo que dice san Pablo con otras palabras: "Queriendo hacer el bien que quiero, hago el mal que no quiero". Pero Pablo de Tarso da un paso más, y dice que "el salario del pecado es la muerte".  ¿Qué quiere decir con esto? Que los seres humanos no podemos amar, estamos incapacitados para amar ya desde el principio de los tiempos; Dios nos creó libres y esa misma libertad nos llevó al fratricidio (recordad el pasaje de Caín y Abel). Tanto es así que el hombre/mujer vive con un cerco de muerte alrededor suyo, no puede darse, donarse al otro, perder la vida por el otro... ¿Por qué? Porque constantemente huimos del sufrimiento, no queremos sufrir de ninguna de las maneras, y eso hace que alejemos de nosotros la posibilidad de amar. Porque amar, muchas veces, es sufrir.

Dice san Juan, en su primera epístola algo muy interesante: "Quien no ama, está instalado en la muerte", es decir, si de ti -de mí- no sale amar, estás muerto. Eres un zombi. Y estamos rodeados de zombis, y lamentablemente, a veces, nosotros mismos los cristianos somos zombis, porque la vida de Dios no está dentro de nosotros. Cuidado, no sólo es un asesino el que mata físicamente a otro, también es un asesino el que detesta o aborrece a alguien ("El que odia a su hermano es un asesino y ningún asesino tiene dentro vida eterna", palabras de san Juan). Es decir, cuando el mandamiento dice "no matarás", en realidad, en un sentido amplio, está diciéndonos "no pecarás". Porque el pecado, ya lo sabemos, engendra la muerte, la muerte óntica, interior, del propio ser. 

Poniéndome en el lugar del otro

¿Y entonces, qué hacer? ¿Cómo salir de esta espiral de violencia, de egoísmo y muerte en la que tantas veces nos encontramos? Lo primero, miremos al Crucificado. A Jesucristo le crucificaron entre dos asesinos, dos zelotes: pero el "Buen ladrón", ni era bueno ni era ladrón, en realidad era un asesino. Y a Cristo le crucifican entre dos asesinos. Y Jesús subió a la cruz en mi nombre, en mi lugar (y en el tuyo). Piensa en esto por un momento porque podremos tocar la magnitud de su entrega.  Ha muerto por mí, ha ocupado mi lugar, el de un asesino.

 Alégrate, pues, Él ha dado su vida para que podamos romper este cerco de muerte y podamos tener vida eterna dentro de nosotros. Y gracias a esta entrega sufriente, voluntaria y amante podemos amar hasta dar la vida por el otro, igual que Cristo.

 ¿Cómo es posible esto? Con el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida. Poniéndome en el lugar del otro. Hay un midrash judío que habla de ello, y viene a decir que sólo amas a aquel de quien conoces su sufrimiento. Es importantísimo conocer el sufrimiento del otro para no juzgarlo, no condenarlo; sólo así podremos amarle y dejar a un lado la murmuración, la difamación, las condenas verbales, etc. Mirad a san Maximiliano Kolbe, un fraile que ofreció su vida, en el campo de exterminio de Auschwitz, ocupando el lugar de un judío Franciszek Gajownicze; mirad a san Esteban, quien perdonó a los que le apedreaban; mirad a Jesucristo, quien antes de morir en la cruz imploró a Dios: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". ¿Cómo pudieron Jesús, Kolbe o Esteban amar, hasta entregar su vida? Inexplicable para quien no conoce la fuerza y el poder del amor de Dios, actuando en medio de nosotros. 

La criatura nueva

Dice el Levítico: "Amarás al prójimo como a ti mismo", ¿y cómo nos amamos nosotros? Dándonos lo mejor, no escatimando en nada... buscamos buenos restaurantes, compramos los mejores vestidos, anhelamos buenas casas donde vivir, nos autoregalamos spas o viajes... pues así, de esa manera, hemos de amar al otro: como te quieres a ti mismo. Ni más ni menos. Considerando a los demás como superiores a ti, dirá san Pablo.

Algo más, ya Jesús en el sermón de la montaña prefigura este hombre celeste, esta criatura nueva que Dios quiere modelar en ti y en mí, inalcanzable para nosotros si no ponemos nuestra tienda en Dios: "Habéis oído que se dijo, "no matarás", pues yo os digo: todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (...). Se dijo: no adulterarás, pero yo os digo que "todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón".

Entonces, para entendernos, matar es consecuencia de todos los pecados. Y este sermón de Jesucristo es imposible llevarlo a la vida para mí y para ti, pero no para Dios. El Padre sabe como somos, sabe de nuestras infidelidades, envidias, engaños, codicias, mentiras... y nos quiere. Nos quiere así, heridos por el pecado. Porque su estructura interna es amor. Y no puede negarse a sí mismo. Y sale, cada día, a la puerta de su casa para ver si tú apareces a lo lejos... y si te acercas, aunque sea mínimamente, te da un abrazo de Padre, y te pone el anillo de hijo, y las sandalias... y restituye tu dignidad -mi dignidad-. Jesús dice algo que nos ayudará a que ese nuevo Yo surja fuerte y remate de muerte al hombre viejo: "Deja tu ofrenda y ve a reconciliarte con tu hermano, luego presenta tu ofrenda". Es la misericordia la que nos hace entrar en esa vida nueva; decía Santa Teresa de Calcuta que la santidad es aprender a amar, también decía que la santidad es hacer la voluntad de Dios con alegría, eso es a lo que estamos llamados todos, hermanos. 

Como hemos dicho ya, matar es consecuencia de cualquier pecado: "Porque quien observa toda la ley pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos. Pues el que dijo "no adulteres", dijo también "no mates". Si no adulteras, pero matas, eres transgresor de la ley. Hablad y obrad como corresponde a los que han de ser juzgados por la ley que nos hace libres. Porque quien no tuvo misericordia será juzgado sin misericordia; la misericordia se siente superior al juicio"(san Pablo). Así, la caridad (el amor a los demás) se ríe del juicio. Verdaderamente, amar es lo contrario a matar: "En efecto, no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es por tanto, la ley en su plenitud". Recordemos que los primeros cristianos se llamaban santos entre ellos, porque eran conscientes de que habían pasado de la muerte a la vida. ¿Y cómo sabían esto? Porque amaban a los hermanos.

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