El Dios fiel mantiene su alianza. Causas culturales de la deconstrucción de la familia

 Los obispos españoles han sacado recientemente un documento llamado "El Dios fiel mantiene su alianza", en él hacen un análisis de la situación española y mundial a nivel político, social, cultural, etc. y hacen una propuesta antropológica para salir de la situación límite y crítica en que se encuentra la humanidad. Por su interés, reproduzco las Causas culturales que deconstruyen la familia, reducen la persona a individuo y dificultan el bien común.
 
 Causas culturales

 La Tradición cristiana siempre ha concebido la persona, a imagen y semejanza de Dios (Gen 1, 26) y como sujeto de un permanente coloquio entre naturaleza y gracia. La modernidad ha intentado sustituir la gracia por la cultura. Ahora, en su tramo final, la modernidad no solo prescinde de la gracia, sino que pretende devaluar la naturaleza. Como resultado, la persona, reducida a individuo autosuficiente e independiente, se construye a sí misma siguiendo la ley del deseo, en permanente ejercicio de autodeterminación, también sobre el propio cuerpo. La cultura dominante en ciertos ambientes hace una propuesta antropológica —materialista e idealista, individualista y estéril—, que hace juego con las claves de fondo del sistema económico. El segundo capítulo de Amoris laetitia aborda el ambiente cultural. El capítulo expone la realidad del matrimonio y la familia y los grandes desafíos culturales, sociales, políticos y económicos a los que debe responder con creatividad y audacia.
 Siguiendo la Exhortación, los factores que originan dicho cambio los podemos sintetizar en los siguientes puntos:

 Estamos en la cultura del individualismo exasperado, caracterizado por la sobrevaloración del hedonismo y del narcisismo

Este individualismo influye fuertemente en las personas, bautizadas y no bautizadas, y se traduce en la creación de un sujeto que se construye según sus propios deseos (AL 33), que conlleva un cambio en las relaciones afectivas (AL 38-39), generando una afectividad narcisista, inestable y cambiante, que no ayuda a la madurez (n. 41), hasta tal punto que los jóvenes ven la familia como «privación de oportunidades de futuro». Esta visión acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, desvirtuando así los vínculos familiares. De hecho, quien se mueve con una mentalidad individualista lo somete todo a los deseos de su voluntad individual (cf. AL 33. 38-41).

  Todo esto afecta a la familia, ya que como afirma Francisco: Si estos riesgos se trasladan al modo de entender la familia, esta puede convertirse en un lugar de paso, al que uno acude cuando le parece conveniente para sí mismo, o donde uno va a reclamar derechos, mientras los vínculos quedan abandonados a la precariedad voluble de los deseos y las circunstancias (AL 34).

 


Es también una cultura en la que rige lo que Benedicto XVI llamó la «dictadura del relativismo»


En el fondo se trata de un fenómeno paradójico y, en gran medida, contradictorio que tiende a presentar la verdad como la mayor enemiga de la libertad. Defiende que no es posible conocer una verdad objetiva, que no es posible conocer unos valores y que no es posible establecer unos principios éticos universales. No existe la verdad absoluta, solo existe la verdad de cada uno: subjetivismo; o bien, el escepticismo que dirá que, si existe la verdad absoluta, el hombre no puede conocerla; o bien, el convencionalismo: los valores, las normas y el ser de la sociedad no pertenecen a la naturaleza de las cosas, sino que son solo producto de un acuerdo humano, una pura convención.

   La verdad, como el bien, deja de tener consistencia propia para convertirse en el fruto del consenso social, de la conveniencia histórica o de la opinión subjetiva de cada individuo o grupo. Por otra parte, el relativismo mostrará un rechazo radical a todo lo revelado de modo sobrenatural, ya que ello supone una ofensa contra la racionalidad o la autonomía humanas. Es más, se reivindica la negación de Dios como algo imprescindible para que el hombre pueda realizarse y alcanzar la plenitud. Sin Dios y sin verdad, el ser humano no es nada previamente dado, sino lo que cada uno decide ser libremente. No tiene naturaleza ni esencia. Estas se van labrando al filo de sus actos libres y, por consiguiente, son posteriores al hecho de existir. Son una consecuencia. Por eso, el hombre es todo él elección radical y necesaria. Y si el hombre es libertad radical, debe entenderse como proyecto de sí mismo, en el sentido de que construye su ser siguiendo el camino libremente elegido por él. Libertad significa, por tanto, que la voluntad propia es la única norma de nuestra acción, que la voluntad puede querer todo y tiene la posibilidad de poner en práctica todo lo que quiere.

 En el fondo, hoy es fácil confundir la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores ni principios que nos orienten, como si todo diera igual y cualquier cosa debiera permitirse. En ese contexto, el matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno.

 Cf. Benedicto XVI, Discurso al Parlamento alemán (22.9.2011): «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana». 20 Cf. Evangelii gaudium, 66.

  El ideal matrimonial ya no se relaciona con un compromiso de exclusividad y de estabilidad y termina siendo arrasado por las conveniencias y las circunstancias o por los caprichos de la sensibilidad. Cada vez más se impone el «yo» sobre el «nosotros», el individuo sobre la sociedad.
 

La ideología de género

 
Otro elemento clave del ambiente cultural que afecta a la esencia de la familia es la ideología de género, que, como toda ideología, intenta crear la realidad e imponerla de forma irracional. Pues bien, la ideología de género, cimentada en la autocreación, impone una antropología virtual que responde a la visión del hombre exclusivamente como «cultura» (gender) anulando para ello la naturaleza (sex).

 En la exhortación apostólica Amoris laetitia el papa Francisco cuestiona la ideología de género afirmando que, con el fin de rescatar a la mujer de su posición previa e inferior respecto al varón, ha pretendido igualarla a él, aniquilando toda diferencia. Confiesa su aprecio hacia los movimientos feministas, pero rechaza aquellos que contienen en su acervo pretensiones que obvian la diferencia entre un sexo y otro (AL 55-56). 

La oposición del papa Francisco a la ideología de género se explica porque presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer [que] procuran imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender) se pueden distinguir, pero no separar».

  En diversas ocasiones el papa Francisco ha advertido sobre las perversas consecuencias originadas por las nuevas formas de «colonización ideológica» que «desprestigian el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia, y dañan con propuestas alienantes, tan ateas como en el pasado, especialmente a nuestros jóvenes y niños dejándolos desprovistos de raíces desde donde crecer» (Homilía, 2 de junio de 2019); cf. también AL 40 y exhortación apostólica Christus vivit, 78; Homilía en Santa Marta, 21 de noviembre de 2017.
 
Por otra parte, «la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer». […] Somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada (AL 56)22.

Con esta visión de la ideología de género, la identidad del hombre se fundamenta no en la totalidad biopsicoespiritual, de la que el sexo, como condición natural, es un elemento imprescindible, sino en la elección de la persona, y, por lo tanto, en la libertad. El sexo no sería algo dado, sino una imposición cultural que recorta la libertad, y de la cual hay que liberarse. Así, ser varón o ser mujer sería algo que viene impuesto por la sociedad, la familia y la cultura y no responde a la dimensión del ser humano como persona.

 El género, por tanto, sería lo que uno decide ser por sí mismo, independientemente de lo dado por la naturaleza. Como ya afirmaba Benedicto XVI, desde esta «antropología atea» que presenta un hombre privado de su alma, y por tanto de una relación personal con el Creador, lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, todo experimento resulta aceptable, toda política demográfica consentida, toda manipulación legitimada23. Ahora sí podemos señalar que el trasfondo de dicha ideología es la primacía del deseo y su justificación. La ideología de género es en realidad la voluntad de construir una antropología del deseo, sobre todo en su dimensión sexual, que justificará la aplicación de la biotecnología como medio para satisfacer los deseos24.
 
 22 En esta misma línea se expresaba el representante de la Santa Sede ante la ONU, monseñor. Bernardito Auza en su intervención del 21 de marzo de 2019, afirmando que la ideología de género es un verdadero «paso atrás de la humanidad». Decía monseñor Auza que si se socava la dualidad natural y complementaria de hombre y mujer «se socava la noción misma de ser humano».
  23 Benedicto XVI, Discurso a la plenaria de Cor Unum (19.1.2013).
24 El problema de convertir al hombre al deseo es saber si realmente esto conlleva la libertad o a la esclavitud en relación con los medios de poder y de comunicación.
 
 Por último, hay que señalar la valentía del papa Francisco de dialogar con los postulados de la ideología de género, toda una novedad en el magisterio de la Iglesia, reconociendo que en aquello que llamamos «varón» y «mujer» concurren dos elementos, uno inmutable y precedente que es el dato biológico (sexo) y otro cultural y mutable (género). En relación con la dimensión biológica dirá: Más allá de las comprensibles dificultades que cada uno pueda vivir, hay que ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado, porque «una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación [...] También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente» (AL 285).

 De hecho, esa antropología del deseo plantea los siguientes interrogantes e incoherencias relativas a la libertad:


1) Hasta qué punto el hombre es libre ante el poder de la ciencia de la comunicación, que es capaz de poner en las manos de quien los controla el inducir los deseos funcionales. Es decir, no se producen bienes para satisfacer los deseos, sino que se producen deseos para satisfacer las exigencias de producción, llegándose así a poder afirmar que el hombre de hoy se encuentra realmente amenazado por la potencia que él mismo ha creado para ser más libre.
 
 2) Hasta qué punto la biotecnología es una ayuda para el hombre y no una amenaza. Si en el comienzo de la modernidad se podía hablar de la ciencia como una construcción, hoy esta se ha convertido en una empresa, manejada con la lógica de la eficiencia y ordenada a una lógica de lucro. El productivismo pone a nuestra disposición de modo directo o encubierto una serie de artificios y tecnologías sin que nosotros podamos verificar si son necesarias para vivir mejor o para sufrir menos y sin que podamos cuestionar la ganancia o la pérdida social que resulta de ellas. Más allá de las simples necesidades, se demanda a la ciencia y a la sociedad para que atiendan los deseos más fantasmagóricos que nunca logran ser satisfechos, convirtiendo así la medicina en una amenaza para el hombre en vez de un servicio. El hombre —o al menos una de sus dimensiones constitutivas— viene expuesto y disponible al poder de la técnica.
 
3) La visión antropológica defendida por la ideología de género lleva a negar la dignidad a aquellos seres humanos que dependen totalmente de otros y que no pueden manifestar su individualidad entendida como capacidad de decidir o elegir. Así, los embriones no son personas, ni los que sufren una grave invalidez mental o los que sufren demencia senil en los asilos. Por tanto, todos esos grupos humanos, en principio, pueden ser descartados, así como también otros, cuando concurran motivos de carácter sociopolítico o de higiene social. 

Con respecto a la dimensión cultural, señala la necesidad de evitar la rigidez en el modo de ser masculino y femenino: Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido. Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza. Hay que ayudar a los niños a aceptar con normalidad estos sanos «intercambios», que no quitan dignidad alguna a la figura paterna. La rigidez se convierte en una sobreactuación de lo masculino o femenino, y no educa a los niños y jóvenes para la reciprocidad encarnada en las condiciones reales del matrimonio. Esa rigidez, a su vez, puede impedir el desarrollo de las capacidades de cada uno, hasta el punto de llevar a considerar como poco masculino dedicarse al arte o a la danza y poco femenino desarrollar alguna tarea de conducción (AL 286).
 
Tal es la concepción del papa, hasta el punto de que, hablando de la maternidad, dirá: Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la sociedad. Sus capacidades específicamente femeninas —en particular la maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer implica también una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de todos (AL 173).
 
  La cultura de lo provisorio, fruto del emotivismo.

 La persona suele quedarse en los estadios primarios de la vida emocional y sexual dentro de sus relaciones, sin llegar a establecer una comunidad interpersonal (AL 41). Como por ósmosis se extiende la idea de que la realidad del amor nada tiene que ver con la verdad, difundiéndose la concepción de que el amor constituye una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad, que se trata  solo de una emoción afectiva que espontáneamente aparece y desaparece (EG 66).
 
Otra característica que impregna la cultura actual es el materialismo,
que la convierte en una cultura del consumo y del mercado, que inclina a ver a las personas como clientes, productores o consumidores. Cada día es más difícil la experiencia de la gratuidad tan necesaria para el amor y la familia. También las relaciones humanas tienen un precio y se introducen en las coordenadas del consumo de satisfacción, coste. Como afirma Francisco es este un factor en el que se apoya cierta mentalidad antinatalista (AL 43).
 
Hay una mayor ausencia de Dios
en la vida de las personas y un debilitamiento de la fe y la práctica religiosa que deja a las familias más solas con sus dificultades (AL 43). Dios es un gran desconocido para muchos; lo que supone una gran pobreza y un obstáculo para reconocer la dignidad inviolable de la vida humana. Esto origina también una dificultad a la conciencia de ser hijo y, por tanto, a una inexperiencia del don, de lo gratuito, del haber recibido y a la ruptura con aquellos lazos que nos unen con la historia (AL 193).
 
 


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