Dios ha estado grande con nosotros

Hace mucho tiempo que no escribo nada personal en este blog, pero hoy lo quiero hacer porque la experiencia que hoy hemos vivido en mi casa nos ha tocado a todos. De un tiempo a esta parte Jose Manuel y yo hemos visto la necesidad de hablar con nuestros hijos y pedirles perdón...

Tenemos nueve hijos ya mayores, la pequeña tiene quince años, y el mayor ya ha alcanzado los 30 y es un padre primerizo de una bebé preciosa (amor de abuela). Sonará raro pero pedir perdón desde la vulnerabilidad, desde la fragilidad de cada uno es un ejercicio que habría que hacer con cierta frecuencia en familia.


Pues sí, los hemos juntado a casi todos en casa (menos a tres, que por una u otra razón no han podido sumarse a la reunión) y en un ambiente de Laudes de domingo hemos abierto nuestro corazón... No ha sido difícil, el Señor lo ha hecho fácil, yo no sabía muy bien cómo desarrollar todo lo que quería decirles, pero ahí el Espíritu Santo ha echado el resto.

Nos hemos apoyado en la frase de Cristo Jesús: "Cuando dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" y también en Mateo 18,21:


En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Efectivamente había mucho que sanar en nuestra casa. Pero ha sido maravilloso, espectacular diría yo, cómo ellos han ido asumiendo nuestra pobreza y al mismo tiempo dando las gracias por lo bueno que hemos podido hacer en su vida, a pesar de nuestras limitaciones como padres. Ha habido muchos abrazos, muchas lágrimas, y mucha verdad... al final, nos hemos sentido todos reconfortados y realmente queridos por Dios en nuestra debilidad. Ellos también se han abierto, como hijos han sufrido mucho -no pensemos que los hijos no sufren, craso error, sufren casi desde el momento en que tienen conciencia- pero por encima de todo hemos experimentado el amor que nos tenemos y el perdón.

Y qué les hemos dicho, os preguntaréis... Pues simplemente que nos hemos dado cuenta de que lo hemos hecho mal, Jose Manuel les ha hablado de que sentía haber estado ausente durante muchos años detrás de una pantalla de ordenador, sentía no haber sido el padre solícito que ellos necesitaban... Yo les he pedido perdón por no saber transmitirles la fe, porque -pienso- ha habido una incoherencia entre lo que digo y lo que hago, no puedo hablarles de Cristo y luego vivir un matrimonio a medio gas donde ha habido más desencuentros que encuentros. Y eso que Jose M. y yo nos queremos mucho, pero nuestro egoísmo ha impedido muchas veces que nuestros hijos vieran el amor que nos tenemos. Y esto es mortal para ellos, para su proyecto de vida, para que en ellos se pueda encarnar la belleza de la familia cristiana.

También hemos podido ver, ellos lo han visto y han dado fe de ello, que esta forma de vivir en familia sólo es posible si Cristo está en medio, "nadie pide perdón, ni los padres ni los hijos, en una familia que no sea cristiana" decía José, el mayor, mientras que Inés se mostraba orgullosa de nosotros, agradecida por todo lo que hemos luchado por ellos, pese a que más de una vez había comparado a su familia con otras de la parroquia y la nuestra no había salido bien parada. Han hablado todos con una sinceridad pasmosa, con el corazón en la mano, y se han pedido perdón entre ellos; han salido juicios ocultos durante años, heridas no sanadas hasta hoy... En definitiva, el perdón es el arma más potente que tenemos los cristianos para que Dios pueda seguir haciendo su obra en nosotros. Merece la pena seguir a Cristo. Merece la pena vivir la fe en familia. Doy gracias a Dios por este enorme regalo que no me merezco en absoluto.

Verdaderamente hoy puedo decir que Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.



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