"Gracias, Señor, porque sonriendo has dicho mi nombre"
Ayer murió Agapito Aliende. Han sido cuatro años codo a codo
aquí, en la revista Cooperador Paulino. Ha muerto en unos pocos meses; antes
del verano se quejaba de dolores lumbares, que resultaron ser un cáncer
fulminante de médula ósea. Agapito tenía 73 años, podría haber vivido aún una
decena de años más, pero el Señor quiso llevárselo ya. En los últimos meses
había sufrido mucho, porque los médicos no atinaron –hasta el final- a dar con
el diagnóstico correcto.
Para mí Agapito ha sido un “hombre según el corazón de
Dios”. Sencillo, sin dobleces, afable, con un gran celo por anunciar a
Jesucristo. Un hombre íntegro y cabal que dio hasta el último aliento por
servir a la Iglesia. Todavía, con setenta y tantos años, se esforzaba por
aprender los entresijos del ordenador, y estaba muy despierto y atento a la vida de la Iglesia y de los
hombres y mujeres que la conforman. Tenía sus manías… era curioso cómo cortaba
papelitos, y en ellos escribía alguna frase que le llamaba la atención, o algo
que debía recordar… tenía sus “papelitos” desperdigados por toda la mesa de
trabajo. También los colocaba en el suelo, al lado de la puerta, él sabría el
porqué.
Le encantaba
conversar, los años no le habían quitado la alegría, al contrario, parecía un
niño en cuerpo de hombre. El brillo de la mirada no lo perdió nunca… Hace poco
me llamó la atención un comentario que me hizo. No sé por qué motivo -creo que
porque en la editorial San Pablo están preparando una biografía de este santo- salió a relucir la vida de Pío de Pietralcina, sacerdote italiano, conocido,
entre otras cosas, por sus estigmas… pues Agapito me dijo que este santo le
hacía sufrir, estar intranquilo, porque veía que no podía llegar a esos
extremos de renuncia de sí mismo, de donación a los demás… A mí, por el
contrario, me pareció encomiable que él alimentase todavía esta inquietud, que
quisiera alcanzar la santidad, que no
hubiera perdido nada de su amor inicial por Cristo y por la Iglesia.
Era súper cariñoso con mis hijos, y muy atento conmigo. Hasta
el día antes de que se fuera de vacaciones con su sobrino, estuvo trayéndome, sin
faltar un solo día, un bollo o alguna fruslería con la que endulzar la mañana.
Yo los caramelos se los remitía a mis hijas, y de esa “pequeña cosa” –los grandes
amores están hechos de “pequeñas cosas”- surgió la corriente de simpatía que
había entre él y ellas. Cuando les dije a Victoria, Inés, Judith y Almudena que
Agapito estaba muriéndose, que rezáramos un misterio del rosario por él, se impresionaron mucho. Judith –nueve años-
cogió las cuentas del rosario y empezó la retahíla de ave marías… las demás la
seguían. Agapito, ahora en el cielo, escuchará también nuestra retahíla de ave
marías, yo, de momento, ya le he encomendado muy especialmente a una hija mía,
que lo está pasando mal.
Ahora tenemos junto al Padre a un intercesor buenísimo. Yo,
por lo menos, no pienso dejarle “descansar”. ¡Con todo lo que aún queda por
hacer!
Os dejo su “testamento espiritual”, me encanta aquello de
“Gracias, Señor, porque sonriendo has dicho mi nombre y me has llamado a tus
brazos”.
Testamento espiritual del P. Agapito
Aliende
Yo, Agapito
Aliende Palma, percibo que mi carrera por este mundo está cerca a su fin y
siento vivamente la necesidad de dar gracias. En el momento de presentarme ante
el Señor que me creó, me redimió y me quiso sacerdote en la Sociedad de San
Pablo, colmándome de su gracia, encomiendo mi alma a su misericordia.
Le pido
humildemente perdón de mis pecados y limitaciones y le ofrezco las pocas cosas
buenas que haya podido realizar durante mi vida al servicio de la Sociedad de
San Pablo, de la Iglesia y del mundo. Por todo ello, le pido al Señor que me
acoja, como Padre bueno.
Profeso, una
vez más, mi fe cristiana y católica a la Iglesia de Jesucristo. Me he esforzado
siempre por mantenerme humilde y sereno con todos mis hermanos. Pido perdón a
todos aquellos que he ofendido consciente o inconscientemente.
Estoy
agradecido a todos los hermanos, hermanas, familiares y bienhechores que han
hecho tanto para que llegase a este momento de mi vida.
Nací en el
seno de una familia humilde y honrada. Esto me ayudó a vivir una vida sencilla
y modesta. No he anhelado puestos ni dinero.
Mi ardiente
deseo es que ninguno de los que he conocido y con los que he convivido falte a
la cita del Señor.
Espero
alcanzar el cielo, para estar un día junto con toda mi familia, mi familia
numerosa de sangre y mi familia espiritual, la Familia Paulina, a la que
pertenece todo lo que soy y todo lo que tengo, que es muy poquito.
Pido que todos
roguéis a Dios por mí, para que por su misericordia infinita me conceda el
galardón por el que tanto he luchado. Yo, por mi parte, rogaré por todos
vosotros y rogaré por las vocaciones.
Queridos
hermanos y hermanas, familiares, amigos y bienhechores: De los demás detalles
referentes a los momentos finales de mi tránsito terreno ya se encargará el
Superior provincial. Ahora ha llegado el momento de
deciros a todos: ¡Adiós! ¡Hasta la vista! Oremos en el nombre de Jesucristo
Divino Maestro, de María Reina de los Apóstoles, de San José, de San Pablo
Apóstol y de nuestro beato Fundador, el P. Santiago Alberione. Amén. Que así
sea.
En mi tumba
podéis poner estar palabras: “Gracias, Señor, porque sonriendo has dicho mi
nombre y me has llamado a tus brazos”. Firmado: P. Agapito Aliende Palma.
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