Cristina López Schlichting: "Elena Romera confesó que no quería morir sin hacer algo grande"
Elena Romera
Santillana confesó que no quería morirse sin hacer algo grande. Tenía todas las
cualidades para haber destacado en el trabajo, la sociedad o el amor. Pero el
Misterio decidió cumplir su deseo de otra forma: haciendo de su propia existencia
un gran foco de belleza y bondad. En este libro tienes la vida de una
adolescente que nos demuestra a todos que ser santo está al alcance de todos. La
de una chica alegre, con sus sombras y sus luces, que se abandonó en manos de
Dios e iluminó a los que la
rodeaban. Una seguidora del Camino Neocatecumenal -el
movimiento eclesial en el que se formó- que fue sostenida hasta la muerte por
sus amigos de manera conmovedora.
“Yo soy para
mi amado” contiene dos historias paralelas que son una sola. La primera es la
de la joven que nace en noviembre de 1984 y muere de cáncer en noviembre de
2009, con 25 años y en olor de santidad. La segunda es una sobrecogedora
historia de amor entre un enamorado y su esposa. Esta segunda es una aventura
íntima, de la que sólo conocemos retazos y que probablemente no podamos entender,
como no sabremos nunca qué le dijo exactamente Jesús a la Madre Teresa de
Calcuta en su viaje a Darjeeling. Dios, que nos ama a todos hasta dar la vida,
elige a determinadas personas para hacerles gustar el paraíso de forma
anticipada, de manera que los demás lo veamos y creamos. Todos estamos llamados
a la santidad, pero la experiencia mística no está al alcance de todos.
Así que
entre tus manos tienes, para empezar, la narración de la vida de Elena Romera
Santillana, la adolescente preciosa que practicaba gimnasia rítmica, tocaba el
piano, hablaba inglés y era una estupenda fisioterapeuta. Una muchacha orgullosa
por la que se peleaban los chicos y a la que aparentemente se le fue quitando
todo –la salud, la pierna amputada, el cabello- pero que murió sorprendentemente
en paz. La existencia de 25 años de una cristiana que, sin perder el sentido de
las cosas, supo ponerse en manos del Señor.
De ambas
cosas –los pies en la tierra y el corazón en el cielo- dan buena muestra las
conversaciones que mantuvo con el fundador del Camino. Kiko Argüello le
pregunta: “¿Qué pasa, tienes ganas de irte a la Casa del Padre?” Y ella
responde: “Bueno Kiko, tanto como eso…como en casa de uno no se está en ningún
sitio”. No hace falta precisar que Elena tenía un gran sentido del humor. Pocos
meses antes de morir y ante la imposibilidad de ver a su amigo, le dice por
teléfono: “Bueno, Kiko, no te preocupes…si no nos vemos aquí, ya nos veremos en
el cielo”. La misma mujer que bromeaba sin problemas, llega a decir: “Me he
dado cuenta de que la cruz no es una desgracia que Dios te manda diciéndote:
Hala, púdrete. Que en la Cruz no estás sola, sino que está Cristo. Que Dios ha
mandado a su Hijo para que venza a la muerte y veas que, en la situación que
tengas, un cáncer o lo que sea, no te mueres sino que puedes experimentar la
vida eterna”.
Pero además,
como te decía, en este libro vas a toparte con algo que no es de este mundo. La
historia de una novia que se desposa con su Dios. Algo que parece una locura
pero que no lo es más que la resurrección de Cristo. Ya enferma de cáncer,
Elena contará a una amiga: “Me han salido muchos novios, pero desde que me enamoré
de Uno, no ha habido otro que le llegue a Éste a la suela de los zapatos”.
Comienza así
un recorrido que culmina en la pregunta que su padrino, el padre Manuel
Sevillano, le hace en determinado momento: “Elena, te comunico de parte del
Espíritu Santo ¿aceptas ser la esposa de Jesucristo?” El propio sacerdote
confiesa que “Elena se quedó blanca”. Con el tiempo descubrió que la modalidad
de su vocación eran las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa y, aunque no
tuvo tiempo de hacer el noviciado ni profesar, recibió de las hermanas el sari
blanco de las novicias, un crucifijo y los demás símbolos de su condición
religiosa. La etapa final de su vida es el impresionante camino de una novia
hacia su boda. Todas las noches derrama pétalos de rosas sobre el crucifijo y
su médico presencia la escena en la que, tras decir que quiere ir al cielo y
casarse ya, “dejó de mirarnos y miraba hacia arriba, hablando como si sólo
estuviera ella, y decía: Porque te amo, porque quiero estar contigo”.
Elena Romera
Santillana pidió en su testamento que su funeral se celebrase como una boda. Y
así se hizo. La ataviaron con el sari blanco y eligieron cantos del Cantar de
los Cantares. En su tumba pone: “Encontré el Amor de mi vida, lo he abrazado y
no lo dejaré jamás”. Su recorrido muestra que Dios puede toparse y querer a su
criatura del mismo modo que lo hizo en Galilea.
Para encargarme
este prefacio conspiraron definitivamente mis amigos Juan Pedro Ortuño y Darío
Chimeno y contribuyeron las naranjas que me regaló generosamente de sus árboles
–y con el mismo humor que Elena- el padre Manuel Martín de Nicolás, párroco de Nuestra
Señora de la Visitación de Las Rozas. Todos ellos están conmovidos por esta
chica. Y ocurre a veces que lo que iba a ser un favor o un trabajo se convierte
en un encuentro que cambia la vida. Éste es mi caso con Elena. Espero que lo
sea para ti.
Cristina
López Schlichting.
(Prólogo del libro: YO SOY PARA MI AMADO. Editado por Editorial Bendita María. Autor: Victoria Luque).
Lo puedes encontrar en las librerías religiosas, en las librerias Paulinas, SAN PABLO y en Amazon.
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