Íñigo Illundain, joven misionero: “Yo os digo, adelante, seréis tremendamente felices”
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Victoria
Luque
La
cifra no es baladí: Catorce mil misioneros españoles se están
dejando la piel, cada día, en los lugares más inhóspitos de
nuestro ancho mundo. Son catorce mil vidas entregadas a comunicar de
una forma tangible el amor que Dios Padre tiene por cada persona
humana. Estos misioneros conciben la misión como un regalo de Dios
que, al fin y al cabo, adquiere la forma de un búmeran, ya que
aquello que dan les es devuelto con creces.
“Los
que tenemos el don de nacer en Navarra (allí nació san Francisco
Javier, nuestro patrón), de alguna manera llevamos el don de la
misión muy adentro, en el ADN -señala Iñigo Ilundain, y prosigue-.
Y así como nuestros predecesores, sacerdotes y misioneros, nos han
ayudado a despertar en la fe, ahora hay mucha gente joven que da ese
paso adelante y trata de poner en práctica la fe que ha recibido. A
mí me alegra que la gente joven haga suyo el evangelio y lo dé a
las personas más necesitadas, porque la teoría, sin práctica, a
veces hace que nos perdamos en otras cosas...”.
Íñigo,
misionero y profesor salesiano, comenzó su andadura hace quince
años, fruto de “mis estudios con los salesianos así como de
escuchar a tantos misioneros que pasaban por mi parroquia”,
comenta. Así, su primera experiencia misionera fue en Honduras, con
una realidad que le conmovió hasta el tuétano: los niños de la
calle. “Una
realidad -dice- que aquí en España conocemos por los telediarios,
aunque ya empieza a haber niños
de la calle
en nuestras calles, pegados a las drogas (allí al pegamento), como
síntoma de una sociedad bastante desequilibrada. Me fui a un país
que aquí sólo conocemos por los famosos que van a una isla
perdida... o porque jugamos contra Honduras en el Mundial de fútbol,
o por el huracán Micht. Ahí empieza mi caminar, mi descubrirme como
persona creyente en un entorno en el que el evangelio se hace vida.
Yo le digo a la gente que allí es muy sencillo creer, es muy
sencillo hacer coherente lo que dices. Allí lees el evangelio y lo
haces vida el mismo día, aquí no. Aquí, en nuestra sociedad, a mí
personalmente, me cuesta más vivir el evangelio en las cosas
cotidianas que hago”.
Un
jornalero coherente
Íñigo,
más que misionero, se considera un jornalero
que intenta vivir la fe coherentemente... “Como mínimo, todos los
que nos decimos creyentes hemos de darnos cuenta de que tenemos una
misión fantástica, la de contagiar a toda nuestra gente la fe: a
amigos, familiares y demás, que a veces vagan sin sentido, sin
esperanza... esta es nuestra primera misión. Que la gente vea que
creemos en Alguien, y que además, somos capaces de hacerlo de forma
coherente en nuestra vida. Y a partir de ahí, el vientecito del
Espíritu sopla, y esto se nos queda pequeño, y vemos que hay muchos
países donde la necesidad es más grande...
Iñigo
apunta un idea: la experiencia como misionero debería ser asignatura
obligatoria para todo cristiano. “Nuestra
sociedad nos hace creer que nuestra vida cómoda es lo
normal y
estamos muy equivocados. Cuando conocermos la realidad que viven
millones de personas en el planeta, vemos que lo nuestro no es
lo normal.
Y esto nos interpela. Sobre todo si lo abordamos desde el punto de
vista del evangelio, y como buenos jornaleros que queremos ser, somos
llamados al trabajo, a la misión”. -Y comienza a hablar de lo que
se vive en la misión, de esa experiencia que engancha una vez
probada, creando, en la mayor parte de los casos, adicción-: “Los
que habéis estado de misión fuera, os habéis encontrado con un
mundo maravilloso: gente muy sencilla que te quiere solamente por lo
que tú eres, no por lo que tienes. Descubres una forma de vivir el
evangelio que aquí, en nuestra sociedad de consumo, a veces se nos
olvida. Es muy enriquecedor para el crecimiento personal visitar
campos de misión, conocer otras realidades, ver como se vive la fe
en otros lugares del mundo... esto nos hace más sensatos, o ¡más
locos!. Porque cuando a alguien le dices que vas a ir a Sudán del
Sur... te tachan de loco. Pero es la bendita locura del evangelio que
no nos tiene que asustar. Yo no me considero desequilibrado
-
señala, sonriente-, y a todos los que estáis aquí, os veo bastante
cuerdos; pero, sobre todo, tenemos un ejemplo fantástico, el de
Jesús. Si queremos, lo tenemos fácil: lo tenemos por escrito, sólo
hay que leerlo, seguirlo, y adaptarlo a nuestra realidad, a nuestro
momento”.
Su experiencia en Sudán
del Sur
Y
en este punto, Íñigo Illundain aborda su vivencia en Sudán del Sur
-un país devastado tras 35 años de guerra, e independizado hace
tres, de Sudán- del que tuvo que regresar cuando apenas llevaba seis
meses, a causa de un conflicto armado: “El proyecto salesiano era
muy bonito, crear colegios en un país donde los chavales llevan
años sin ir a la escuela. Un país, por otra parte, muy feo, que en
la mayoría de los mapas ni aparece. En Sudán del Sur os aseguro que
no queda absolutamente nada; hablamos de un país que tiene las
dimensiones de la península ibérica y un tramo de carreteras
asfaltado de 70 kilómetros. La guerra dicen que fue por la religión,
yo cada vez creo menos en esto... al contrario, creo que lo que hay
de fondo son intereses económicos. Sudán tiene la desgracia de
tener petróleo, esto ha generado guerras en un país de más de 10
millones de personas, las cuales viven hoy por hoy en la más
absoluta pobreza”.
De
este país, el último en el ranking de desarrollo en el mundo, tuvo
que salir Íñigo tras una experiencia, cuanto menos, escalofriante:
“Hace tres meses, un domingo por la noche, nos despertaron ruidos
de cañones y de metralletas... yo hasta entonces no había vivido
tan en directo una situación semejante... el lugar donde yo estaba
se convirtió en un campo de batalla tremendo... se reabrieron viejas
heridas, y los señores de la guerra que por desgracia, sólo
conciben el mundo desde la violencia, decidieron volver a enfrentarse
en una guerra civil, y esos seis meses que llevábamos trabajando se
vinieron abajo de una forma radical, y de la noche a la mañana nos
vimos envueltos en un enfrentamiento armado: una experiencia no muy
agradable, evidentemente. Estuvimos cuatro dias incomunicados, había
mucha gente preocupada por nosotros, y por suerte, lograron sacarnos
de allí”.
Pese
a ello, para este joven misionero la experiencia de Sudán del Sur ha
sido una de las más bonitas que ha vivido: “Fuimos a esto, a
encontrarnos con el mayor don que tiene para mí la misión,
descubrir el rostro de Jesús en las vidas de toda esta gente. Me
encontré con esta realidad que me conmovió -y enseña las imágenes
de los niños acogidos en los centros salesianos-: “Quería traeros
esas sonrisas de la misión, para que os provoquen... para que veaís
que detrás de cada una de estas sonrisas está Jesús, porque estos
son sus preferidos. Hay gente que da su vida a la misión, 24 horas,
365 días al año. Hay otros que por circunstancias, dedican un
tiempo, más o menos largo, a esta realidad; pues a todos os digo,
adelante, porque yo os aseguro que es algo de lo que nunca os vais a
arrepentir. Yo creo que os sentiréis tremendamente felices cuando
miréis atrás. Y quiero hacer mención especial a todas las mujeres
del mundo, porque el denominador común de casi todos los sitios en
los que yo he estado, es que las mujeres son el sostén de los niños
y de la sociedad”.
Y
para terminar su testimonio, este navarro señala que allá donde ha
ido, ha encontrado “un montón de gente joven que en silencio está
haciendo un trabajo maravilloso, humilde, sencillo y totalmente
gratuito hacia los demás. A veces los jóvenes salimos en la prensa
por cosas menos interesantes, sin embargo creo que es un orgullo -y
más aún, si lo haces dentro de la Iglesia- , tomar ese relevo y
acompañar a los que sufren. Os animo a que nos formemos, porque
vamos a trabajar con personas que están viviendo situaciones
críticas, situaciones emocionales que no somos capaces de entender.
Estas personas son templos del Espíritu, y son personas muy, muy
delicadas. Por eso digo que no solamente hay que hacer el bien, sino
que hay que hacerlo bien. Las primeras experiencias son durillas,
porque nos encontramos con la brutalidad de la desesperación y de la
pobreza, algo para lo que nuestro mundo actual no nos ha preparado.
De repente te encuentras con un ser humano descompuesto y esto hace
tambalear nuestra fe. Hay noches en las que no puedes dormir, y hay
noches donde solamente el sustento de lo que tú tengas dentro te va
a hacer permanecer en pie, para, a la mañana siguiente, seguir
trabajando. La fe es algo fantástico, yo creo que si enfocas estas
situaciones desde este motor, eso tiene éxito seguro. Que nadie vaya
a esos países con la intención de hacer absolutamente nada, porque
todo lo hacen ellos; nosotros vamos a acompañar, a aprender, a
compartir, y sobre todo a traer esa realidad aquí, porque creo que
es la forma más importante de sensibilizar a nuestra sociedad”.
sumarios
“Como
mínimo, todos los que nos decimos creyentes hemos de darnos cuenta
de que tenemos una misión fantástica, la de contagiar a toda
nuestra gente la fe”
“Hay
gente que da su vida a la misión, 24 horas, 365 días al año. Hay
otros que dedican un tiempo, más o menos largo, a esta realidad;
pues a todos os digo, adelante, porque os sentiréis tremendamente
felices cuando miréis atrás”
“Os
animo a que nos formemos, porque vamos a trabajar con personas que
están viviendo situaciones críticas, situaciones emocionales que no
somos capaces de entender. Estas personas son templos del Espíritu,
y son personas muy, muy delicadas”
“Conocer
otras realidades, ver como se vive la fe en otros lugares del
mundo... nos hace más sensatos, o ¡más locos!. Porque cuando a
alguien le dices que vas a ir a Sudán del Sur, por ejemplo, te
tachan de loco”
Revista Buenanueva. Autor Victoria Luque
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