Experimenté una gran paz, una certeza… “Dios estaba conmigo y yo no lo sabía”
Lidia Troya Cáceres
Autor: Victoria Luque
Lidia, tienes 26 años y eres novicia, discípula del Divino Maestro,
pero ¿cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo ha sido tu camino de fe?
Jamás habría imaginado mi vida
así, es decir (y según mi abuela), siendo “monja” pero, como dice la canción,
“¡sorpresas te da la vida!” y algunas, muy gratas... Como toda joven que se
cree dueña de su propia existencia, yo estudiaba y planificaba mi futuro. Creo
que no es preciso aclarar qué clase de futuro: un buen puesto de trabajo,
viajes, hijos... Mi mundo era el de las apariencias, ése en el que
desgraciadamente se juega hoy la vida y que nos hace hombres y mujeres light. Un mundo en el que lo importante son los
títulos académicos, el modelito que te pones, la marca del coche que conduces,
etc, etc, etc, como si lo que poseemos y hacemos fuera lo que nos confiriese
nuestra más profunda identidad. En este ambiente así de elevado no había lugar para un Dios humilde, que se abaja y despoja
hasta una muerte de cruz, y para quien los que cuentan son los pequeños, los
débiles.
Así vivía. Así viví durante
algunos años, tan cómodamente como infeliz y desfragmentada, sin sentido, sin
rumbo y sin noticias de Dios. Intentaba encontrar una respuesta al dolor, al
sufrimiento, y a los interrogantes más profundos con los que a todos, antes o
después, nos confronta la vida. Pero no la hallaba. Como tampoco conocía la
autentica felicidad. Mi familia es religiosa por tradición. En mi pequeño
pueblo de Granada hay tres días en los que la iglesia se llena: la Virgen de la
Cabeza, el patrón, S. Sebastián, y si no han decaído, las primeras comuniones,
convertidas en bulliciosa pasarela de moda… Si la fe no se hace experiencia, no
sirve. Si nuestra religión no transforma la vida y la vida no interpela la
religión, ésta pierde su valor y su sentido. Entonces ¿para qué ir a la
Iglesia?, me preguntaba. Y, de hecho, no iba.
¿Y qué pasó? ¿Cuándo se produjo la ruptura con esta vida light?
Me faltaban pocos meses para
acabar el Instituto secundario y comenzar la Universidad. En medio de todo el
caos, una sucesión de luminosos e inesperados acontecimientos: el camino de
Santiago con el tránsito incesante de peregrinos; la amistad de una profesora y
su entrañable familia, que me conduce a las comunidades neocatecumenales donde
comienzo a intuir algo de Dios, y la experiencia del enamoramiento… No, no
fueron simples casualidades. La casualidad no existe. Yo lo llamo Providencia y
nube de testigos, presencias luminosas
que me condujeron hacia la luz. Algo comienza a despertarse en mí; mi vida quiere adquirir
otra tonalidad…
Y, como digo, sin avisar, también
llegó el turno del amor. Conocí a un chico e iniciamos un noviazgo. Él, un
joven fuertemente tocado por Dios, ha sido uno de los parteros de mi alma:
entre otras muchas cosas buenas, me introdujo en el universo de la
trascendencia y la interioridad. Pero después de más de cuatro años, nuestro
compromiso se acabó. Una fuerza más grande que la de nuestro amor lo empujaba a
él en otra dirección: la cartuja de Miraflores, en Burgos. Sí, dado el escaso
número de monjes cartujos, estadísticamente hay más posibilidad de ser
agraciado con la lotería que de que tu novio sea cartujo… ¡y me tocó a mí!
¿Habla el Señor o no?
Mis planes se hicieron añicos.
Apenas tenía 23 años y, otra vez arrastraba la vida. Una pregunta me
reconcomía: ¿Quién? ¿Quién es ese Dios para que un hombre enamorado lo deje
todo por Él…? Como herencia, antes
de partir, me dio su resistente crucifijo de madera, el cual fue objeto de mi
rabia e incomprensión una salvífica noche de marzo. Eran las dos y media de una
fría madrugada, año 2007. Regresaba a casa después de lo que quería ser una
noche de marcha entre conocidos. Mi intento de alienarme fue fallido y, antes
de lo previsto, me vi en el sillón del salón, abatida, con los ojos fijos en el
crucifijo. Como los orantes bíblicos, lloraba, gritaba y gemía desesperanzada.
Tenía mil preguntas y ninguna respuesta: sólo una cruz y el silencio. La noche
avanzaba y el dolor se intensificaba… Con todas mis fuerzas, llena de ira y de
reproches, cogí el crucifijo y lo lancé contra la pared, a cuatro metros.
Pasados unos instantes, más serena, fui a recogerlo… Lo que sucedió después no
lo sé... Una gran paz, una certeza - Dios
estaba aquí y yo no lo sabía (Gn 28,16)- , y dos libertades encontradas: la
de Dios-Amor que me precedía y la mía que dejó de luchar… “me has seducido, Señor, y me has podido” (Jr 20,7).
Y a partir de aquí, ¿qué pasó?
A partir de aquí, me sentí
llevada. Por otro cúmulo de sorprendentes “casualidades” llegué a un pequeño y
encantador pueblecito del Alto Tajo, Buenafuente del Sistal. Allí aprendí a
dejarme asombrar por un Dios desconcertante. Allí, mis queridas monjas cistercienses
mantienen la oración incesante desde hace siglos y el ritmo lo marcan las
campanas. Después de unas semanas de soledad y discernimiento, y cuando
teóricamente yo ya no tenía que estar allí, aparecieron cuatro discípulas del
Divino Maestro, entre ellas, Conchi, otra de las “parteras” de mi alma. En el
tiempo de discernimiento, yo me había dado cuenta de que la vida contemplativa
me atraía vivamente, pero también la vida apostólica entre la gente. Es más,
comencé a sentir la urgencia apasionada de comunicar a todos a este Dios que
había descubierto como Amor y como Vida. Me pareció que esta llamada a la
mística y al servicio correspondía con el carisma de la que ahora es mi
congregación y, poco a poco, el Señor me atrajo a este otro lugar para ser su
discípula. Hace más de tres años decidí emprender un nuevo camino en mi vida
que hoy me ha traído a Roma, donde vivo, y donde junto a mis compañeras,
Josefina y Magdalena, y el resto de hermanas, no ceso de buscar el rostro de
Aquél que nos busca primero: el Dios de
la vida y vida abundante.
Es decir, que has pasado de atea a monja…
Sí, yo era una atea que rechazaba
a Cristo crucificado y que proclamaba como el filosofo “Dios ha muerto”, pero encontré
el amor del alma mía, lo he abrazado y no lo dejaré jamás, como dice el
Cantar de los cantares. ¿Que cómo me he topado con este Amor? ¿Que qué he
hecho? ¡Nada! ¡Nada especial! Basta dejarse encontrar en el silencio y en la
escucha atenta para descubrir que somos habitados por alguien más que nosotros
mismos. Es en la desnudez de todas nuestras obras y proyectos, en el silencio
de los recuerdos, las preocupaciones y los agobios, cuando su Presencia y su
Palabra se hacen perceptibles. Quiero decir también que en todo este
itinerario, he hecho un hallazgo, quizás el más importante de todos mis días:
la vida sólo es hermosa cuando está llena de amor, y he encontrado un nuevo y
revolucionario modo de vivir: el de Jesús, el de la donación, porque la
auténtica felicidad tiene que ver con el servicio.
Qué les dirías a los jóvenes que están buscando un sentido a su vida…
Yo les diría, como el Papa Juan
Pablo II decía con tanto coraje: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las
puertas a Cristo!
Sumarios:
“Mi mundo era el de las apariencias, ése en el
que desgraciadamente nos jugamos hoy la vida y que nos hace ser hombres y mujeres light”
“La casualidad no existe. Yo lo
llamo Providencia y nube de testigos, presencias
luminosas que me condujeron hacia la luz”
“Sí, hay más posibilidad de ser
agraciado con la lotería que de que tu novio sea cartujo… ¡y me tocó a mí!
¿Habla el Señor o no?”
“Con todas mis fuerzas, llena de
ira y de reproches, cogí el crucifijo y lo lancé contra la pared, a cuatro
metros. Pasados unos instantes, más serena, fui a recogerlo… Lo que sucedió después
no lo sé... Una gran paz, una certeza: Dios
estaba aquí y yo no lo sabía…”
“¿Que cómo me he topado con este
Amor? ¿Que qué he hecho? ¡Nada! ¡Nada especial! Basta dejarse encontrar en el
silencio y en la escucha atenta para descubrir que somos habitados por alguien
más que nosotros mismos”
“Yo era una atea que rechazaba a
Cristo crucificado y que proclamaba como el filosofo “Dios ha muerto”, pero encontré
el amor del alma mía, lo he abrazado y no lo dejaré jamás, como dice el
Cantar de los Cantares”
“La vida sólo es hermosa cuando
está llena de amor, y he encontrado un nuevo y revolucionario modo de vivir: el
de Jesús, el de la donación, porque la auténtica felicidad tiene que ver con el
servicio”
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