Te seguiré adonde quiera que vayas
Viéndose Jesús rodeado de la
muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Entonces se le acercó un
escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”.
Jesús replicó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo
nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la
cabeza”. Otro de los discípulos le dijo: “Señor, déjame ir
primero a enterrar a mi padre”. Jesús replicó: “Sígueme y deja
que los muertos entierren a sus muertos”. (Mt. 8, 18-22) (Evangelio 2 julio)
Debía ser impactante ver y escuchar a
Cristo Jesús por los caminos... debía ser sobrecogedora su mirada,
me la imagino penetrante y tierna al tiempo, desgarradora su palabra,
para aquellos que se sentían interpelados por Él... Jesús no
dejaba a nadie indiferente. Para bien o para mal removía
conciencias, te colocaba en la tesitura de tu vida, o Dios o los
ídolos. O tu vida entregada a ti mismo, o tu vida entregada al bien.
Muchas veces he pensado que si me hubieran dado la posibilidad de
vivir en otra época, hubiera elegido el tiempo y el lugar donde
vivió Jesús. Y hubiera sufrido lo mismo, igualmente hubiera tenido
que renunciar a cosas o personas o situaciones por seguirle. El
conoce a sus ovejas, y sus ovejas le conocen a Él. Una vez dentro de
ti, Cristo te cambia las prioridades, y es Él el que elige.
Porque
el escriba se le acercó y le dijo: “Maestro, te seguiré
adonde quieras”, pero el Señor es el que llama. “El Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”, es decir, mira, que el
que me sigue no sabe adónde va, ha de dejarse llevar por el
Espíritu, ha de abandonarlo todo por mí. Ante esta realidad,
imagino que el escriba desistió... El Señor es el que escoge, el
que elige a los que van a subir con él al calvario y van a ser
crucificados en su misma cruz. La tarea no parece grata, de
principio. Ante este panorama, no es extraño que santa Teresa le
dijera: Señor, ahora entiendo porqué tienes tan pocos amigos, ¡si
los tratas así!.
Pero la verdad es que a Cristo Jesús
no hay quien le gane en generosidad. En verdad sí hay donde reclinar
la cabeza: en su pecho. El mejor sitio. (“Hasta el gorrión ha
encontrado una casa, la golondrina un nido donde poner a sus crías:
tus altares, Yahvé Sebaot, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que
moran en tu casa y pueden alabarte siempre”) (Sal. 84, 4s).
Ese es el premio de los que siguen a
Cristo, estar con Él, morar en Su casa, beber de sus ubres
abundantes. Tocar ya el cielo en la tierra. Siendo así, la cruz se
vuelve ligera, y la carga suave. Hago mías hoy, las palabras de
Tobit a su hijo Tobías: “No debes preocuparte hijo, porque seamos
pobres. Muchos bienes posees si temes a Dios, huyes de todo pecado y
haces todo lo que es bueno ante el Señor tu Dios” (Tb 5,21).
“Tú, sígueme, y deja que los
muertos entierren a sus muertos”. Muertos en vida que entierran a
muertos. Yo no quiero eso para mí. No quiero ser un zombi, un muerto
viviente, alguien a quien le falta la savia de tu Espíritu...
Revivifícame. Lléname de ti, para que pueda dar mi “fíat”,
hágase, igual que María. Hágase tu proyecto de vida en mí.
Es algo bueno honrar el cuerpo del
fallecido, enterrándole, como de hecho ya se hacía en los tiempos
antiguos. Ya José enterró a su padre Jacob con el beneplácito del
faraón de Egipto; Tobit también pide a su hijo Tobías que cuando
muera le dé “una digna sepultura”... Acaso será, Señor, que
tú buscas la entrega absoluta, el no mirar atrás (“lo dejaron
todo y al instante le siguieron”), que me desprenda de aquello que
me ata y que me impide hacer tu voluntad todos los días, cada día.
Me acuerdo que Eliseo, antes de seguir al profeta Elías (éste le
había cubierto con su manto, y ello significaba que lo tomaba como
algo “propio”) quemó su yunta de bueyes y lo ofreció en
sacrificio como signo de rompimiento con su vida pasada. ¿Con qué
tengo que romper, Señor, hoy, para seguirte?
Ayúdame tú, Señor, a ponerte a ti
como el Señor de mi vida, dame discernimiento para ver qué es lo
que quieres que haga, y tu Espíritu Santo para poder hacerlo. Señor,
que pueda ser digna de ti por que te ame más a ti que a cualquier
afecto humano, que tome mi cruz y te siga, porque si busco mi vida la
perderé, pero si me aferro a la tuya, la encontraré. Señor mío y
Dios mío.
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