Hágase

-Me han dicho que ya ha llegado a Jerusalén.
-Es muy peligroso. Hay mucha gente que se siente incómoda con él… ¿no pudiste impedírselo?
-No le dije nada. Él sabe lo que tiene que hacer.
-Pero, María… ya no tiene remedio. No digo nada. Sólo nos queda rezar y confiar en Dios.
María inclina la cabeza, y cerrando los ojos, unidas las manos sobre la mesa, comienza a musitar una oración, la que le enseñó a su hijo, hace ya veinticinco años, ¡cómo pasa el tiempo! a los pies de su catre, antes de irse a dormir…

Shema, Israel… Escucha, Jesús,
El Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas… y al prójimo como a ti mismo.  Lo enseñarás a tus hijos, sentado o levantado, lo escribirás en las jambas de tu puerta, Amarás al Señor tu Dios, en casa o de viaje… Repite conmigo… Shema, Israel…
-Shema, Israel… mamá, te quiero.
-Y yo a ti, hijo.
-Mama, ¿cómo es Dios?
-Te voy a decir un secreto: Dios es tu Padre. Es tu papaíto, guarda esto siempre en tu corazón. Papá Dios te quiere muchísimo, nos quiere a todos, pero tú eres la niña de sus ojos, te lleva escrito en las palmas de sus manos. Eres su  bien más preciado.
-Mamá, ¿tengo dos papás?
-Sí. Con el tiempo lo irás entendiendo… aún eres pequeño, pero el Señor te reserva algo grande. No sé de qué forma, pero tú estás llamado a algo que supera todo entendimiento… hijo mío, si supieras…
María vuelve por un instante a la realidad. El fuego se está apagando, azuza de nuevo las brasas… el calor llega a sus mejillas y se siente arropada por el crepitar de las ramas, por el rojo intenso del fuego, se toca la cara y pareciera que una gran llamarada recorriese su cuerpo. Instintivamente se aleja de la chimenea y su pensamiento vuela a aquel día… a ese día en que todo su ser se estremeció, y una gran brisa suave recorrió todo su ser.

-María, no temas. El Señor me ha enviado a ti.
-¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Gabriel. Te traigo un mensaje de parte de Dios.
María parece salir de la nube en la cual ha estado envuelta durante la oración. Ha vuelto a experimentar esa sensación de paz que la cubre tantas veces cuando a solas, se mete sobre sí misma. Han pasado dos horas y parece que han sido minutos. Cómo le gusta estar en presencia de su Amado. Él le habla al corazón, y ella, arrobada, no puede más que musitar su nombre… Señor mío, y Dios mío. Es lo único que logra decir. Así pasan las horas, en una intimidad tan grande que no acierta a distinguir en qué momento dejó de preocuparse por las labores del hogar y se vio abocada, indefectiblemente hacia ese amor que fluye como un torrente. Ahora, no sabe si en sueños o en la realidad, alguien se le presenta, una voz acogedora comienza a hablarle, siente un calor en el corazón y su latido se acelera…
-Has hallado gracia delante de Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Enmanuel, Dios con nosotros. Será grande, y llamado Hijo del Altísimo.
María acoge cada palabra con expectación. No acaba de comprender. Concebirás. Tendrás un hijo. Hijo del Altísimo. Aquello se le escapa. Si ella no conoce varón… sí, está José, y le quiere. Va a casarse con él en un futuro aún indefinido. Pero… aquí algo no cuadra. Hijo del Altísimo. ¿Qué es esto?
-¿Cómo será esto, si no conozco varón?
-El Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Mira a tu pariente Isabel, ya está de tres meses la que llamaban estéril, porque para Dios no hay nada imposible.
¡Isabel embarazada¡ Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador… Verdaderamente para ti no hay nada imposible.  Hágase en mí según tu Palabra.


Bendita tú que has creido, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Autor: Victoria Luque

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