QUÉ DIFICIL Y QUÉ HERMOSO
Hay una
verdad que no sabía, pero que poco a poco se va haciendo carne en mí, y es que
ser madre –o padre- es “para toda la vida”. Cuando mi marido y yo nos
embarcamos en esta aventura de acoger y amar a los hijos que el Señor nos
diera, la cosa no parecía tan complicada; al menos, para mí –desde mi inocencia-
parecía sencillo: hacer Su voluntad, estar abiertos a la vida, amar y ser
amados. Guay. Ahora, con unos cuantos hijos a mitad de camino entre la
adolescencia y la juventud, el panorama se complica bastante. Llevamos dos años
“regulares” en los que hemos tocado, José Manuel y yo, realmente, nuestro
pecado, nuestra debilidad… nuestra poca cosa. De padres “guays” nada de nada,
hemos tenido experiencias muy duras de las que gracias a la oración de muchas
personas, y a la acción real de Cristo, que está vivo y resucitado, empezamos a
ver la luz.
“Si quieres
seguir a Cristo, prepárate para la prueba”, se dice en la Liturgia de las
Horas. Sí. Hemos sido probados al crisol y lo único cierto es que Él es el que
sostiene y fortalece en la tribulación. También sé, porque el maligno me lo ha
dejado patente muchas veces, que lo que éste enemigo real persigue de cada
cristiano es robarle la esperanza. Sin esperanza, la batalla está ganada. Por
eso ahora, si alguien se encuentra tentado, a punto de tirar la toalla, en este
momento le digo: Ánimo, ten fe, no desesperes. Espera en Dios que volverás a
alabarlo. El Señor es el único que tiene poder para sanar los corazones, para devolver
la esperanza, para inundarte con su paz.
Pero lo que
quisiera resaltar en este post es la enorme oportunidad que tenemos los padres
de mostrar a los hijos el amor sin medida que Jesucristo les tiene (ha dado la vida por cada uno de ellos,
¿quién da más?). Lo que pasa, lo que a mí me pasa, es que muchas veces yo,
con mi comportamiento egoísta, desconsiderado, etc. no muestro nada, sólo mi
pobreza. Pero ellos buscan, y buscan, no son tontos, buscan la verdad, la
entrega, el amor con mayúsculas, quieren enraizar su vida en grandes ideales, y
depende de nosotros, de ti y de mí, que encuentren el camino, que no seamos un
estorbo.
Esta mañana, sin ir más lejos, uno de mis hijos (19 años) que está en
otra ciudad estudiando la carrera, me decía en un wasap… “sí, mucho hablar de
Dios, pero tengo un 80% de probabilidades de que mi novia me deje, seguramente
no aprobaré la asignatura que me he estado preparando en verano, no me darán la
beca, y tendré que volver a Madrid y yo no quiero esto”. Ahí queda eso. Pero al
rato, me llamaba al móvil, porque empecé a hablar con él sobre el sentido de su
vida, sobre hacer la voluntad de Dios, sobre cómo discernir qué hacer con tu
vida, etc… y en un momento dado, tuve que dejarlo para ir al colegio a recoger
a las pequeñas. Y él estaba necesitado. Necesitaba seguir la conversación. Y me
llamó dos veces al móvil… quiero decir con esto que como padres y madres
podemos, y debemos, dar esperanza a los hijos, mostrarles la belleza de la fe,
que el Señor está ahí, que no es una patraña, que les quiere, que no les deja
solos. Y rezar por ellos. Mucho. Constantemente. A veces urge más -y seguramente es más efectivo- hablar de nuestros hijos a Dios, que de Dios a nuestros hijos. Por si a alguien le sirve, a mí me reconforta mucho, en el momento de oración, después de la eucaristía, presentar a cada uno de mis hijos ante el Señor, y ahí, en su presencia, pedir para ellos su bendición. También María, en esto, tiene mucha tarea. Quien va a llegar a donde nosotras, madres, no podemos, sino Ella... ahí, en las manos de
María, en el hueco de su manto.
Me estoy
acordando ahora de una de mis pequeñas, que con seis años, me dice que ella
tiene una capa invisible que la protege de todos los peligros, la de María.
Casi nada. Esta hija es la que en los momentos de tribulación, dibuja en mí una
sonrisa. Hace un rato ha venido aquí, a mi lado, junto al ordenador, para
decirme: “mamá, ¿sabes que te quiero mucho?”. Es verdad que las flechas del
guerrero son los hijos de la juventud, esos que te defienden del enemigo. Los
que defienden tu fe.
Muchas gracias por tus palabras, que hoy llegan como brisa fresca a darme un respiro. Tal como dices, a veces hay momentos dificilies que se convierten en épocas y que intentan robarnos la esperanza.
ResponderEliminarGracias nuevamente.
Gracias a ti, Tere. La verdad es que sólo compartiendo estas vivencias, a veces tan duras, nos podemos ayudar a mantener y defender la fe. Que, en definitiva, es lo que nos da la vida. Cuántos padres tiran la toalla, o entran en depresiones fortísimas porque no encuentran un sentido a su sufrimiento. Hay que dar muchas gracias al Señor por que con su Espíritu santo nos sostiene en medio de la prueba.Y eso es impagable.
Eliminar