Alégrate

¡Alégrate! ¡Cristo está resucitado¡ Está a tu lado, ¿no lo notas? Está aquí, junto a ti, ha abandonado el lugar, la losa fría donde habían colocado su cuerpo, y ahora y siempre te dice al oído: No tengas miedo. Yo he vencido a la muerte. Yo soy el principio y el fin. El alfa y la Omega. Y como ocurrió en aquella otra tumba, la de Lázaro, también hoy nos dice a nosotros: ¿Por qué dudas? ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?


La piedra del sepulcro de nuestras vidas ha sido corrida… ¿Quién nos moverá la piedra? Iban pensando las mujeres, que muy de mañana se disponían a ungir con aceites y perfumes el cuerpo del Señor, pero la piedra ya estaba corrida… Y dos varones con vestidos deslumbrantes, sentados en la piedra, uno a la cabecera y otro a los pies, las increpan: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.


Igual a nosotros hoy. ¿Por qué buscamos entre los muertos al que está vivo? A Cristo resucitado no lo vamos a encontrar bajo un alud de razonamientos lógicos, prejuicios, envidiejas o mercadeo de afectos… a Cristo se le encuentra dándole el corazón sin reservas. Aceptándote como eres, con tus limitaciones (y las mías).Y aceptando a los demás como son. El Señor te quiere así, con tus deficiencias, con tus deslealtades, con tus altibajos… porque él ha muerto para que todo esto no te tumbe… ha muerto para que trasciendas tu miseria (y la mía), y le miremos a los ojos, y siguiéndole, sin dudar, podamos andar sobre las aguas. Sobre las aguas de la muerte. Igual que Pedro.

Qué descanso, poder descargar las penas, las luchas diarias, los egoísmos, las incomprensiones… a los pies de la cruz, a sus pies. A los pies de esa cruz que ahora, tiempo de pascua, se alza gloriosa, en el corazón de cada uno de nosotros; porque Cristo ha vencido a la muerte y nosotros participamos de esa victoria. Decía el padre Alberione: “El crucifijo es una gran escuela de amor. ¡Así se debe amar, como Jesús! No basta hacer unas cortesías para llegar al amor: se ama sufriendo, sacrificándose, rezando y dando la vida por el amado”.

Tenemos a uno que a la derecha de Dios, le dice al Padre, todos los días, mostrándole sus manos y su costado traspasado: “Yo he muerto por éste. Ten misericordia de él”. ¿Qué nos queda, sino el agradecimiento? Muerte y vida se han enfrentado en un prodigioso duelo, el Señor de la vida, estaba muerto, mas ahora está vivo y triunfa. Dinos tú, María, si has visto la tumba de Cristo vacía… las vendas, el sudario, y vivo a Cristo… (Y ella, mujer-testimonio, responde): -Sí, que es cierto, Cristo ha resucitado. Y nos precede en Galilea. Allí le veremos.

Allí, en la Galilea de los necesitados de la Palabra, en la Galilea de la acogida al diferente, en la Galilea de la salida de nosotros mismos, en la Galilea de la entrega sin medida, allí Le veremos. Alegrémonos pues, que ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo futuro, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

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