Que brille tu rostro sobre nosotros, y nos sales


La verdad es que este 2015 que se va ha sido un año agridulce. He aprendido mucho, y también he sufrido mucho. Creo que en este año el Señor ha esperado pacientemente que el fruto madurase, y no le han dolido prendas, ha permitido tribulaciones, angustias, dolor... para que vea lo que hay en mi corazón. He visto lo débil que soy, cómo me dejo llevar por las emociones hasta un punto que yo desconocía... cómo puedo hacer daño con la palabra, cómo mi lengua se desboca y dice cosas que no quiero decir... Ahora, -creo-, veo realmente lo poco que soy, y la gran misericordia que Él tiene conmigo, cada día. En todo este trayecto noto una pérdida muy seria, la de la alegría. Ese gozo profundo que años atrás sentía, y que ahora parece haberse esfumado. Desvanecido. Y esto me apena, y mucho. Porque no quiero perder la alegría, la esperanza gozosa de que todo tiene un sentido. Que El saca bien, incluso del mal. Esto es así, y a esto me aferro con toda mi alma.

Hoy, en este nuevo año, te pido Señor que me devuelvas la alegría de la salvación, esa certeza de que Tú estás detrás de todo lo que me pasa. Hoy quiero recordarte también que un día nos hiciste una Promesa. Te comprometiste con nosotros, con Jose y conmigo, hiciste una alianza, tú estarías a nuestro lado, precediéndonos, abriéndonos caminos, todos los días, hasta nuestra muerte. Tü te comprometiste a cuidar de nuestros hijos, que son tuyos, tú te comprometiste a abrir el mar a nuestro paso, tú eres el que hoy ha de apaciguar las aguas y recordarnos que no tengamos miedo. Mira cómo está el mar de bravío, mira... que son hijos de la Promesa. No son hijos de la esclava, son hijos de la libre. Señor, que yo pueda ver en este nuevo año, tu misericordia y tu amor. Que lo pueda ver en nuestra familia.

Señor, que brille tu rostro sobre cada uno de nuestros hijos, y los salves. Que ninguno se pierda. Me acuerdo ahora de que el año pasado, en la celebración de los Reyes Magos, en la parroquia, cuando nos acercamos al rey Mago -creo que Baltasar-, éste me preguntó: ¿Qué me pides, para que te obtenga, de parte de Dios? Yo, sin dudarlo, le espeté: Que mis hijos estén todos en la Iglesia. Y él, prudente, me contestó: Tú lo que quieres, es no sufrir. Y es verdad, lo reconozco. No quiero sufrir. Creo que la prueba este año, y los años anteriores, ha sido dura. Y necesito, necesitamos un respiro. Señor, cuídalos tú. Muéstrate propicio. Tú sabes lo que hay en su corazón. Tú sabes cómo apacentarlos. Mira que al ciego que estaba al borde del camino, te acercaste tú, él no te pidió nada, fuiste tú quien, porque sí, le devolviste la vista. Esto mismo te pido para quienes tú sabes. Y a mí dame humildad, prudencia, y sabiduría. No quiero ser un estorbo en tu obra.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una rara avis

La conversión de Narciso Yepes