Sexualidad en la adolescencia

En muchas ocasiones los padres cristianos nos hallamos perdidos en cuanto se refiere a la formación sexual de nuestros hijos. En este artículo ofrecemos algunas claves para abordar con acierto y eficacia este delicado asunto.

Esta conversación surgió mientras íbamos camino del colegio mis hijos y yo. Miguel, diez años, me espetó lo siguiente: «Me debes un euro», me dijo. E insistía tanto en que se lo devolviera, que se me ocurrió preguntarle: ¿Y tú qué me debes a mí?
-- «Nada», contestó.
-- ¿Nada? Tú me debes la vida, le dije, en un arranque de orgullo, pretendiendo que se me reconociesen los méritos adquiridos por haberle traído al mundo.
–No, respondió él sin dudarlo. «La vida me la ha dado Dios».

Aquella respuesta me dejó sin palabras, pero me satisfizo. Es lo que mi marido y yo siempre hemos querido sembrar, que nuestros hijos sepan que han nacido por el amor que Dios les tiene, que nosotros somos simples colaboradores en su obra.
En general, las primeras informaciones acerca del sexo -- que se dan a un niño pequeño-- , no se refieren a la sexualidad genital, sino al embarazo o nacimiento de un hermano. Los padres debemos aprovechar esta experiencia para comunicar algunos hechos sencillos del embarazo, enmarcados en la maravilla de la obra creadora de Dios; cómo Él lo ha dispuesto todo para que ese nuevo ser crezca dentro del cuerpo de la madre, muy cerca de su corazón.

¿Quién les forma?

Sin embargo, los padres cristianos hoy día, y muchas veces al día, estamos perdidos en cuanto a la formación cristiana, por ende humana –también sexual- de nuestros hijos. Hace un par de décadas, por ejemplo, quizás hubiéramos podido delegar esta misión –que nos ha sido conferida por la propia Iglesia- en la escuela, hoy día esto sería una temeridad, incluso si hablamos de colegios religiosos. Seamos realistas, nadie nos garantiza que la transmisión de la fe y de los valores cristianos pueda llegar a nuestros hijos por esa vía educacional. Prioritariamente, la educación es tarea y responsabilidad de los padres; somos nosotros quienes hemos de ayudarles a discernir –llegado el momento– su vocación, ya sea al celibato, al matrimonio o a la vida consagrada.

Según el documento «Sexualidad humana: Verdad y Significado» hemos de mostrar a nuestros hijos la verdadera dimensión y belleza del matrimonio cristiano, así como no renegar de nuestro derecho y deber de facilitarles una adecuada formación sexual. Dice, además: “Si de hecho no imparten una adecuada formación en la castidad, los padres abandonan un preciso deber que les compete; y serían culpables también si tolerasen una formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar”. Y dado el tiempo que nos ha tocado vivir, no hay posibilidad de escurrir el bulto. Por supuesto, ni la televisión, ni las revistas, ni Internet nos librarán de esta carga o responsabilidad educativa. Al contrario. Ya sabemos todos que los medios de comunicación –grosso modo– no son nuestros aliados en esta tarea.

Respeto al cuerpo

Si nos acercamos a los documentos que sobre sexualidad humana proporciona la Iglesia, veremos que son de una riqueza impresionante. Juan Pablo II, en su Teología del cuerpo, define el valor de la sexualidad humana como puesta por Dios para la felicidad del hombre, y explica –partiendo de la narración de la Creación del hombre– que cuando se da la comunión entre el hombre y la mujer, encarnados sexualmente, es cuando se hace presente en ellos la Imagen de Dios. Creados a imagen y semejanza de Dios.
Se aparta, por tanto, de una actitud maniquea que llevaría a un “aniquilamiento”, si no real, al menos intencional, del cuerpo, a una negación del valor del sexo humano, o por lo menos, sólo a la “tolerancia” de los actos sexuales por la necesidad misma de la procreación. No es esta la concepción de la Iglesia. Ésta defiende el valor del cuerpo y del sexo puestos al servicio de la comunión entre hombre y mujer, en el marco del matrimonio, como entrega y donación mutua, cuya consecuencia natural son los hijos.

Hoy en día hablar de respeto al cuerpo, al propio y al ajeno, resulta, cuanto menos, chocante. Sin embargo, es fundamental para una adecuada formación de la sexualidad. Recuerdo que este verano pasado inscribí a mis hijas mayores (ocho y diez años) en un cursillo de natación, y cual no sería mi sorpresa cuando vi que en el vestuario de mujeres, una señora se desnudaba de cuerpo entero delante de las pequeñas sin ningún tipo de reparo, y más allá una adolescente hacía lo propio. También observé cómo las niñas me miraban sorprendidas, porque no estaban acostumbradas a este tipo de exhibiciones. Tuve que llamarles la atención.

Cuento esto para hacer ver cómo lamentablemente se ha perdido ya el respeto hacia el propio cuerpo y hacia el de los demás, hoy no existe el pudor; pero si no favorecemos este pudor en nuestros hijos, ellos mismos no valorarán su cuerpo y el de los demás, y será muy complicado hablarles de que esa otra persona con la que salen no es un objeto de placer, sino que tiene una dignidad como persona e hija de Dios, y que, por tanto, no es de recibo querer instrumentalizarla.
Amar es lo contrario de utilizar. El principio del utilitarismo y el mandamiento del amor son radicalmente opuestos.

Revistas, telenovelas

Los padres hemos de estar atentos a todas estas cosas. Ojo, igualmente, con las modas en el vestir, no seamos incautos, las niñas han de vestir como tales; también la ropa que se ponen nuestros hijos dice mucho de la concepción de la vida que se les quiere ofrecer.
Cuidado, además, con las telenovelas, programas rosas o de contenido tipo «mi marido se acuesta con otra», por ejemplo. Los niños –muchas veces solos delante del televisor– absorben toda esta información, y llegan a la conclusión de que todo eso está bien, es bueno, y no pasa nada.

Otro apartado, –aunque en la misma línea anterior– merecen las revistas para adolescentes. Cualquier adulto, con cierta visión crítica, encontrará en ellas un fomento exacerbado del placer sexual orientado hacia los adolescentes, así como una pésima formación en las consecuencias de los propios actos y en el respeto a la otra persona. En este tipo de revistas todo lo relacionado con el sexo es tratado superficialmente, resultando sumamente dañinas para los jóvenes. Lo lamentable de todo esto es que hay madres que compran estas revistas a sus propias hijas, quizás sin darse cuenta de que les ponen en las manos una bomba de relojería.
Por cierto, que según el artículo 186 del Código Penal español, está penada la exhibición de material erótico en los quioscos si en ellos se vende al mismo tiempo juguetes, chuches, chicles, etc, de consumo infantil. Desde aquí animo a los padres a que hagan valer su derecho a que sus hijos estén protegidos de todo este exhibicionismo callejero, denunciando a aquellos quioscos que incumplan esta normativa legal.

Crisis adolescente

Lo primero que conviene reseñar es que a la hora de educar, no hay recetas infalibles; cada hijo es único y cada familia también. La adolescencia (de los 13 a los 20 años) es un tiempo que se define por una serie de cambios fisiológicos y psicológicos que los padres hemos de tener en cuenta.
Además de cambiarles la voz, alcanzar la plena capacidad reproductora o descubrir que tienen vello en distintas partes de su cuerpo, los adolescentes experimentan sensaciones ligadas a estos cambios físicos, tales como curiosidad, temor, ansiedad, angustia, culpabilidad, vergüenza...

Partiendo de estas transformaciones que los adolescentes observan en su cuerpo, los padres debemos proporcionarles explicaciones más detalladas sobre la sexualidad, siempre que ellas se confíen a sus madres, y ellos a sus padres. Pues el intercambio de información y consejo siempre es más fácil con el progenitor del mismo sexo, que con el del sexo contrario. Para todo ello, es muy importante que previamente se haya creado con el joven un clima de confianza mutua.

Cuidemos igualmente las relaciones de nuestros hijos con adolescentes del otro sexo, pues existen costumbres en el hablar y en el vestir que banalizan la sexualidad. Es, por tanto, fundamental enseñarles el valor de la sobriedad y discreción cristianas, así como de la necesaria independencia respecto de las modas. Debemos animarles igualmente a no encerrarse excesivamente en sí mismos; y valorar como algo positivo que, si son jóvenes cristianos, habrán de ir contra corriente, pues nuestra sociedad occidental «tiende a sofocar el verdadero amor y el aprecio por las realidades del espíritu» (Sexualidad humana).

Sin privarles de la justa autonomía, los padres hemos de saber decir «No» cuando sea necesario, al mismo tiempo que cultivar en ellos el gusto por todo lo que es bello, noble y verdadero.

Por otro lado, en la corrección es importante que los hijos vean el amor de los padres hacia ellos. Los consejos de san Juan Bosco, recogidos en sus Cartas, epistolario pueden ayudarnos a ello: “Difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor”. “Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro (...). En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables”.

Conflicto religioso

La adolescencia es un proceso de conquista de libertad personal vinculada a una actitud de rebeldía respecto a sus progenitores, sobre todo, lo cual les ayudará a autoafirmarse como personas. En este tiempo buscan más las relaciones fuera de casa; se apoyan mucho en los amigos, en el grupo, o en adultos que, con algunos rasgos semejantes a los de sus padres, marquen la diferencia respecto a ellos y satisfagan sus aspiraciones más profundas. Un adulto bien formado, un catequista, por ejemplo, podría ser de gran ayuda para que el chaval o la chavala recondujesen este período de sus vidas sin demasiados altibajos. No hay que perder de vista que toda la educación y formación dada en el seno de la familia es, ahora, cuestionada radicalmente.

Conviene indicar la posibilidad de que el chaval cristiano experimente un conflicto religioso provocado por la intensidad de sus emociones eróticas. Él o ella traducirán la normativa moral de la Iglesia como un obstáculo para sus apetencias sexuales, pero al mismo tiempo buscarán –en la mayor parte de los casos- un apoyo en la Iglesia para evitar estos comportamientos que les avergüenzan.

En este tiempo, lo normal es que los hijos pasen por periodos de crisis. El joven, como le sucede a Jacob en el Antiguo Testamento, lucha contra Dios buscando la verdad de su existencia. Y de esa lucha surge una nueva persona, Israel, que conoce su debilidad y se hace «fuerte con Dios». En definitiva, se trata de un proceso de conversión, para asumir al final, como propia, la fe recibida de los padres.

A nosotros, los padres cristianos, nos toca respetar estos períodos de búsqueda personal, estando atentos a las necesidades de nuestro hijo, rezando por él, sin olvidar que tenemos una asistencia particular del Espíritu Santo –ligada al sacramento del matrimonio– a la hora de aconsejarle y guiarle.

Fomentar los ideales

De esta crisis se sale si estos adolescentes cuentan con personas –educadores y catequistas- que sepan acompañarles y que, sin renunciar a la verdad y a la exigencia evangélica, estén ahí para aconsejarles, animarles en el autodominio y proponerles metas o ideales altos para sí mismos y compromisos transformadores de cara a la sociedad, que satisfagan sus deseos más íntimos.

Este tiempo es muy interesante –dadas las disposiciones que el adolescente tiene para captar y afirmar lo absoluto y trascendente– para que él mismo inicie un proceso de conversión interior o purificación de sus propias vivencias religiosas. Si esto se realiza bien, el adolescente madurará, y su personalidad saldrá reforzada al encontrar un fundamento para su vida en el proyecto que Dios tiene sobre él.

Es decir, la adolescencia se caracteriza también por la definición de los ideales, experimentándose un gran deseo de perfección, de belleza, de generosidad, de afectividad desbordada... y los padres deben estar ahí. Aguantando el tipo, sin perder la paciencia, y buscando vías para que el adolescente pueda responderse a todas esas preguntas existenciales. Como norma, habría que evitar actitudes excesivamente autoritarias y proteccionistas, además de no presuponer a estas edades una madurez y una responsabilidad que todavía no tienen.

Y tampoco tengamos miedo a equivocarnos, pues si actuamos con recta intención, el Señor sabe sacar el bien de nuestros inevitables errores. Escuchemos a san Agustín, hijo rebelde donde los haya: «Después que hayáis hecho todo lo posible para educar a vuestros hijos, si no crecen como os esperabais, no os olvidéis nunca que hay Otro que tiene más interés que vosotros en su educación, el que es su verdadero Padre». Autor: Victoria Luque

Artículo publicado en el Cooperador Paulino 15/05/2006

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