Mamá, no te mueras
La otra noche, en ese ratito en que rezo con las pequeñas, Victoria, medio llorando, me dijo:
“Mamá, tengo miedo de que te mueras. Si te mueres, yo me muero.”
Inés, por mimetismo, lloraba también. Y en ese desconsuelo, yo trataba de poner un poco de sentido común.
“Mamá, tengo miedo de que te mueras. Si te mueres, yo me muero.”
Inés, por mimetismo, lloraba también. Y en ese desconsuelo, yo trataba de poner un poco de sentido común.
-Yo no me voy a morir. Pero si por casualidad me muero, no pasa nada. Yo desde el cielo cuidaré de vosotras. Y de todos. Sólo cambiaré de lugar. Yo estaré con Dios, mi Padre, y seré muy feliz, y vosotras podéis hablar conmigo, y pedirme lo que necesitéis. Que yo le digo a María: “María, mis hijas necesitan esto, y ella, se lo pide a Jesús…
-Yo no quiero que te mueras. ¿Qué haremos nosotras? ¿Quién nos llevará al colegio? Papá no sabe hacer la comida.
-A ver. Papá podría buscar a alguien que le ayudase a cuidaros, a daros la comida, a llevaros al colegio…
-Pero, aunque no te mueras ahora, te morirás antes que nosotras –decía Victoria-, y yo no quiero que te mueras…
-Mirad, todas las personas hemos sido creadas para la vida, no para la muerte.
Este deseo que tenemos de vivir siempre, es porque Dios nos lo ha puesto en el corazón.
-¿Y por qué nos tenemos que morir?, espetó Victoria.
¿Por qué, a Adán y Eva se les ocurrió comer de una manzana? … No es justo.
-A ver. Lo de Adán y Eva es una historia que quiere decir algo. Es un cuentecito.
El hombre y la mujer han sido creados para amar, y sólo amando somos felices.
Dios nos creó para ser felices. Pero también nos creó libres. Dios no quiere esclavos.
Quiere personas que le amen libremente. Porque El es bueno, y todo lo ha hecho
hermoso.
-Lo que pasa es que Adán y Eva hicieron caso a la serpiente… dijo Inés.
-Sí. Por causa de Satanás entró la muerte en el mundo.
Cuando hacemos el mal, y no el bien, morimos por dentro. El mal nos aleja de Dios, por
esto tuvo que venir Jesús, a la tierra. Para abrirnos las puertas del cielo que estaban
cerradas para nosotros.
Cristo Jesús venció a la muerte. Clavó todas nuestras debilidades en la cruz.
Así que ya no hay que tener miedo a morir.
Jesucristo nos ha preparado un lugar,
aquí estamos un ratito, pero nuestra verdadera casa está allí… con El.
-¿Y habrá comida? ¿Y estaremos todos juntos?
-No sabemos muy bien cómo será. Nuestro cuerpo será glorioso,
mantendremos nuestra identidad, pero desarrollaremos capacidades nuevas…dice Julián Marías, un señor que sabe mucho, que cuando estemos junto a Dios, podremos, por ejemplo, descubrir facetas desconocidas hasta ahora en nosotros, por ejemplo, el don de la música, o de la pintura... y que al no haber "tiempo", podríamos conocer a la vez a la persona en su presente, pasado y futuro... en fín, un lío.
Mirad, Jesús, cuando resucitó… una de las veces que se apareció a sus amigos,
comió con ellos pescado…otra vez, dice el evangelio que “estando las puertas cerradas
por miedo a los judíos,
Jesús se presentó en medio de ellos”.
Es decir, que atravesó las paredes… comió… pero era Él mismo,
porque les enseñó sus manos, y tenía el “agujero” de los clavos…
A uno de ellos, no recuerdo ahora cómo se llamaba, le mostró sus manos y el costado,
y el dijo “mete tu dedo”, y “no seas incrédulo, sino creyente”.
Y éste mismo, Tomás se llamaba, cuando vio que era verdad, que había resucitado,
lo reconoció diciendo: “Señor mío, y Dios mío”.
-Pues yo me quiero morir ya para ir con Jesús… concluyó Inés.
Creí que me iba a dar algo. Aquello se estaba desbordando.
Como pude les expliqué que había que esperar a que Dios nos llamara.
Que no valían las prisas…
Al final, conseguí que se durmieran sin más preguntas.
Pero, al margen de la anécdota,
creo que es importante hablarles a los hijos de la muerte con naturalidad.
Porque tenemos una esperanza,
y esta esperanza hay que transmitirla .
Es urgente acabar con el tabú de la muerte.
Los niños necesitan saber que van a morir, pero que ese no es el final,
que este es un autobús, cuya última parada es el cielo.
Es curioso observar cómo la gente vive, come, duerme, trabaja, ríe y sufre
sin plantearse la mayor parte del tiempo qué hace aquí. Qué sentido tiene su vida. Por qué vive.
Es curioso observar cómo unos suben y otros bajan del autobús (la vida) sin plantearse,
hacia dónde va ese autobús. Cuál es su parada final, quién le ha dado el billete,
y qué tiene que hacer durante el trayecto.
Quiero que mis hijos sepan que tienen un Padre que les quiere aunque hagan cosas malas,
y que les perdona y les acoge si ellos le buscan sinceramente.
Quiero que tengan discernimiento. Que sepan dónde está el bien, y dónde el mal. Y que cuando caigan, sepan de dónde les viene el perdón, y el amor. Y se levanten.
Los niños necesitan ver un sentido a la vida.
Urge mostrarles el amor de Dios.
Educar en la Esperanza es primordial para que nuestros hijos,
mis hijos, crezcan sanos por fuera y por dentro.
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que este es un autobús, cuya última parada es el cielo.
Es curioso observar cómo la gente vive, come, duerme, trabaja, ríe y sufre
sin plantearse la mayor parte del tiempo qué hace aquí. Qué sentido tiene su vida. Por qué vive.
Es curioso observar cómo unos suben y otros bajan del autobús (la vida) sin plantearse,
hacia dónde va ese autobús. Cuál es su parada final, quién le ha dado el billete,
y qué tiene que hacer durante el trayecto.
Quiero que mis hijos sepan que tienen un Padre que les quiere aunque hagan cosas malas,
y que les perdona y les acoge si ellos le buscan sinceramente.
Quiero que tengan discernimiento. Que sepan dónde está el bien, y dónde el mal. Y que cuando caigan, sepan de dónde les viene el perdón, y el amor. Y se levanten.
Los niños necesitan ver un sentido a la vida.
Urge mostrarles el amor de Dios.
Educar en la Esperanza es primordial para que nuestros hijos,
mis hijos, crezcan sanos por fuera y por dentro.
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Precioso Victoria, me ha encantado todo. Estoy de acuerdo en preparar a nuestros hijos hablándoles de la muerte con naturalidad.
ResponderEliminarCuando empiezan a ser conscientes de que la gente se muere lo pasan muy mal y si no les enseñamos a enfocar bien el tema sufrirán más de lo necesario si hay alguna muerte, lo mismo que una enfermedad.
Es la tarea de educar emocionalmente para que sean capaces de afrontar y superar lo que venga en la vida, que no es ningún caminito de rosas.
Un beso.
victoria, que buena catequista resultaste, gracias por permitirnos recordar a nuestra hermana muerte, es cierto lo que dices, en una cultura que quiere aferrarse con tal fuerza a la vida, a la juventud, a lo físico, a lo inmediato de la existencia, hace falta hablar y vivir desde la esperanza cristiana... me gusta mucho la conciencia que tienes de tu fe... desde aqui mi oración por ti y por tu familia...
ResponderEliminarpdta: oye un padre aqui de Bogotá esta empezando en esto de los blogs, el sabe mucho de pastoral urbana, pensé que podría interesarte el tema, aqui te dejo el link... un abrazo
http://pastoralurbanabogota.blogspot.com/
http://pastoralurbanabogota.blogspot.com/
Encuentro que fuiste brillante para explicar algo tan dificil. Los niños (mñios ) a pesar de que les hablo bastante de la muerte (por diversas razones amigos que se han muerto etc.) se resisten Gerardito me dice "es que yo no quiero que te mueras" le explico lo mismo que tú y que estaré siempre con ellos, me reía porque tampoco confían mucho en el papá en las cosas más prácticas. Pero ya tienen 14 supongo que con el tiempo lo iran asimilando, es dificil aceptar para un niño y las cosas le dan vueltas en su cabecita, tú sabes.Pero encuentro que sí, de veras lo llevas bien.
ResponderEliminarUn abrazo y cariños, Gloria
¡Qué bien aprendieron!, pero es como el péndulo, de no querer morir a quererlo... (tan frescos) para vivir. Me recuerda a Santa Teresa, que decía eso tan bonito, "que tan alta vida espero, que muero porque no muero".
ResponderEliminarEs una estupenda manera de explicar a los niños la realidad de la muerte. Frente a una sociedad que apoya la muerte y luego hipócritamente la esconde. Los cristianos estamos llamados a mostrar la Vida que nos viene de Dios. Un abrazo en Cristo Jeús Resucitado de entre los muertos. La paz.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. “Los niños necesitan ver un sentido a la vida”. Y más hoy que vivimos en una sociedad relativista donde impera la Cultura de la muerte. “Urge mostrarles el amor de Dios”. Labor de todos, pero sobre todo de los padres. “Educar en la Esperanza es primordial para que nuestros hijos crezcan sanos, por fuera y por dentro”. ¡Qué razón tienes! Con ello les das el equipaje necesario para ir por la vida. Gracias por esta entrada.
ResponderEliminarSuscribo todo lo dicho y añado un matiz, creo que importante, para enfrentar a los niños con la hermana muerte. Me parece de vital importancia que los niños vivan esos momentos tan dolorosos en iglesia, que sepan que aunque se muera su madre, su padre o sus abuelos no están solos, que hay una comunidad de creyentes que los acompaña y conforta en su duelo.
ResponderEliminarAntiguamente, cuando la mayoría de la población vivía en los pueblos, esto era muy visible, pues la familia y los vecinos se volcaban y había todo una serie de rituales (extremaunción, agonía y muerte acompañada, velatorio, rezo comunitario del Santo Rosario ante el cadáver, misa funeral, pésames, traslado del féretro al cementerio a hombros, entierro, luto extendido en el tiempo, etc...) que hacían esta obra de misericordiosa. Pero hoy en día, en las modernas sociedades urbanas, esto ya no es así. Empezando por la enfermedad, que se hurta a los niños con mil excusas (por si pillan una infección hospitalaria, para que no vean sufrir al abuelito, etc…), pasando por el momento de la muerte, que lo pasan muchos agonizantes solos ante el peligro, continuando porque no se les suele mostrar a los niños modernos al muerto o no se les lleva al funeral ni al entierro (para que no molesten con su naturaleza juguetona o para protegerlos de posibles traumas) y finalizando por la practica abolición del luto (enorme catequesis del mundo que nos dice: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”), los modernos rituales funerarios carecen de sacralidad, lo cual lejos de confortar al niño, a la larga puede ser motivo de traumas e inmadurez.
Pongo dos ejemplos. Cuando murió mi padre tenía yo cuatros años y recuerdo el velatorio en casa con mi madre y mis abuelas y mis tías todas llorando y rezando. Una de mis tías lloraba tanto y estaba tan demudada y desgreñada que en mi mente infantil se me representó como un mono y, en pleno velorio de mi padre me puse a reír a carcajadas de mi pobre tía (en los velatorios rurales se reza, pero también se cuentan muchos chistes). Pues esa risa mía fue una de las válvulas de escape con que mi mente infantil afrontaba la muerte de mi padre.
Otro ejemplo. El abuelo de mis hijos, mi padrastro, al que los niños querían mucho pues se portó con ellos como un verdadero abuelo, murió en Madrid de madrugada y nos lo comunicaron a las 6 de la mañana. Teníamos que despertar a los niños, desayunar, hacer rápidamente las maletas y viajar en coche 650 Km. desde Barcelona. Recuerdo que los desperté y les comuniqué la noticia de que su abuelo ya había descansado, que Dios lo había llamado, etc.. Curiosamente, reaccionaron muy bien; se esperaba la muerte del abuelo, después de una larga y penosa enfermedad, y parecía que lo tenían muy asumido. Se levantaron y vistieron diligentemente, y desayunaron como un día normal.
Entonces, antes de iniciar el viaje a Madrid, se nos ocurrió que podíamos rezar los laudes. Comenzamos a leer por turnos los laudes del oficio de difuntos y al llegar a aquello que dice san Braulio de Zaragoza, “es más fácil para Cristo resucitar a los muertos que para nosotros despertar a los que duermen”, entonces, mi hija mayor comenzó a llorar y todos con ella. Aquellas lágrimas fueron para todos nosotros un bálsamo aromatizado por la Palabra de Dios y una bendición. Cada uno de los niños pidió a Dios por su abuelo. Nos dimos, finalmene, la paz y marchamos en paz a Madrid.
Por supuesto, que no hurtamos a los niños que vieran a su abuelo muerto, sino que les animamos a rezar con nosotros ante él y por él, junto con el resto de hermanos en la fe que se acercaron al tanatorio, y les hicimos participar de todas las exequias.
Ese día, en el velatorio, descubrí la poca fe que tenía, pues en vano intenté con mis oraciones resucitar al abuelo conforme a la promesa de Cristo: “En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. (Juan 14, 12).
Radiomariano, gracias por tu comentario tan pegado a la vida cotidiana. Yo con todo esto de la muerte tengo un handicap, y es que nunca he estado ante una persona muerta, por uno u otro motivo, no tengo esta experiencia. Esto me asusta de alguna manera, porque no sé qué sentiré, cómo reaccionaré cuando me toque velar a alguno de mis padres. Espero que el Señor me asista en ese momento.
ResponderEliminarA Guerrera, Oscar J., Gloria, Alvaro, Luisa, Juanlu, Elige la vida, gracias por dejar vuestro comentario. Me hace sentir que poco a poco vamos creando relaciones de amistad entre todos nosotros.
Lind los testimonios Victoria, ojalá hubiera más jovenes que pensaran así, me quedo con tus últimas palabras, "que mis hijos sean sanos por dentro y por fuera" y "!Educar en la esperanza" Amiga es tan dificil en la edad que están los míos ahora (14), la Koka mi amiga que tiene 8 niños me dice que a veces es más fáicl educar a hartos que a dos porque unos se vanm ayudando con los otros y creo que tiene razón.
ResponderEliminarOye hice un post que creo que te gustará, justamente acerca de niños, un tema que tú sabes mucho!!besoos, Gloria
(Perdon en el blog La Fe y el Amor)
¡Que semejantes os siento!. Podría ser mi casa, mi familia.
ResponderEliminarMe has traido muchos recuerdos.
Un beso
María Jesús