El flautista de Pekín (última entrega)

Al día siguiente los niños mayores de ambas familias organizaron una excursión a un riachuelo cercano. Como el día anterior había llovido, y habría fango, Giovanni dejó a José y Miguel dos pares de botas de agua viejas, que guardaba en su armario. Y un par de plásticos con un agujero para meter la cabeza. La gran muralla -Chicos, mirad por donde pisáis, no os resbaléis, les dijo Carlo en un español bastante decente. José y Miguel parecían los fantasmas de aquel río chino. Con sus capas transparentes, a punto de echar a volar. --Aquí hay mucho bambú, les comentó Carlo. Podemos hacer unas cañas para pescar. Miguel enseguida encontró la apropiada, y atándole una cuerda que, previsor, había traído de la casa, se sentó en una roca ¡a esperar!. Al cabo de un rato se dio cuenta de que, sin cebo, estaba perdido. Así que se dispuso a buscar algo apetecible para aquellos pececillos chinos. --¿Los peces chinos comen lo mismo que los peces españoles?, le preguntó a Finito, el terc...